Escuché hace tiempo dos elogios a dos obispos por su
talante abierto, por su tolerancia con los que disentían con el Magisterio.
Todos esos elogios me parecieron muy bonitos, como la primavera que entra con
su noble cortejo de flores y los felices trinos de los ruiseñores.
Pero, casualmente, conocía a ese obispo
norteamericano y al otro hispano. No tuve ningún suceso lamentable con ellos,
prediqué en sus diócesis sin mayor novedad. Ahora bien, durante mi estancia con
ellos, tuve numerosas pruebas, fehacientes, de que la tolerancia nunca es para
todos.
Siempre, siempre, siempre que un prelado es tolerante
con el disidente con el Magisterio, es intransigente, duro y cruel con los clérigos
y laicos más espirituales y ortodoxos. La medida de la tolerancia con unos, nos
da la medida de la dureza con los otros.
En cada misa, oramos por los obispos. Qué importante
es rezar por ellos. Qué impresionante es la autoridad episcopal sobre los pastores. Qué inmenso poder.
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