No debéis pensar los que habéis leído el post de
ayer que no sigo amando la ortodoxia. Creo que en el esplendor de la verdad. La
doctrina recta que hemos recibido debe ser custodiada.
Pero, desde la lectura del evangelio de ayer
domingo, me he dado cuenta de un modo más profundo de que sin querer caemos en
actitudes defensivo-ofensivas, de que nuestros hechos y palabras traicionan
nuestros deseos: no amamos como Él ama a todos. Respetamos a Dios, pero
atacamos a sus criaturas.
Cuando digo esto, ya sé que nos limitamos a argumentar
contra las doctrinas falsas o desviadas. Es la postura clásica de amar al que yace
en el error. Nos limitamos a eso, creemos que nos limitamos a eso, pero nuestro
estilo más veces de lo que pensamos no es el estilo de Dios. Cierto que no atacamos
directamente a las personas, pero en nuestros miligramos de ira encontramos el veneno
de inquisiciones peores, de la soberbia, de la crueldad, de creernos superiores.
Está bien que amemos y nos aferremos a la ortodoxia.
Pero nuestras palabras segregan más toxinas de las que pensamos. Y cuando nos damos
cuenta de ellas, las justificamos: es por una buena causa.
No somos conscientes de hasta qué punto por querer
ser atanasios perdemos el espíritu del Vaticano II. Nos convertimos en pequeños
lefebvres sin reconocerlo. Creemos que lo hacemos por la luz de la Verdad, pero
todo está mezclado con nuestras pasiones.
Padre. Andar en humildad es andar en verdad. La humildad aniquila ese veneno al que se refiere. Castidad teológica y de rodillas. Cristo lavando los pies sucios y hediondos de los discípulos. Los actos concretos de humildad, con-cre-tos, extirpan esa vesícula que segrega ese venenillo. Duele? Si duele. Pero con ese peso no se puede llegar a ciertas alturas. Dios para llenar precisa de vacío y Dios no compite con ídolos aunque el ídolo sea usted mismo. Por otro lado los ídolos atraen... Lo siento Padre, tendrá que seguir siendo un poquito soberbio, así los jóvenes lo siguen leyendo y con cada una de sus obras los lleva a Dios, eso está claro. Se puede ser soberbio y humilde? Creo que si, ocurre cuando el soberbio reconoce que le falta humildad. Dios hazme santo! Pero todavía no.
ResponderEliminarGracias, Padre. Y en el último folio, añade Adso, pensando en Guillermo "Ruego siempre que Dios haya acogido su alma y le haya perdonado los muchos actos que su soberbia intelectual le hizo cometer" Esto me lo aplico yo todos los días al orar, porque ahí fallo.
ResponderEliminarEnhorabuena por este su blog. A lo mejor le puede gustar también el mío, sobre mi nombre. Paz y Bien, abrazos.
Pues Padre Fortea, "that is the question", mi experiencia es que amar a Dios es sencillo comparado con amar a nuestro prójimo, esto es lo dificilísimo.La novedad que Jesús introduce, "...como Yo os he amado" excede nuestros límites humanos y racionales, sólo podemos acercarnos con la fuerza que Dios nos da. Cuando te das cuenta de cuanto estás encerrado en tu cuerpo,tus deseos,tu familia, tus amigos..., entiendes cuan lejos estás de Dios, de su forma de amar. Todo eso hay que romper para entregarte a Él y sobre tus pensamientos y juicios hay que añadir flexibilidad, no rigidez ni activa (ataque) ni pasiva (ofensa). Así que parece una tarea muy difícil esa de delimitar la Verdad y defenderla solo por nosotros mismos. Dios que nos conoce envía su propio Espíritu que ilumina en cada tiempo aquello necesario para que no volvamos a perdernos del todo. Pienso yo.
ResponderEliminarSofía
Es como el síndrome "hermano mayor del hijo pródigo".A mi me pasa mucho, y hago mucho daño sin querer a mis más próximos. La Madre Iglesia me ha hecho ver esta realidad.
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