Queridos lectores, en estos momentos de angustia y aflicción
para el hermano Pablo Iglesias debemos sentirnos unidos a él, monstrándole toda
nuestra caridad y compasión. Es cierto que yo llegué a decir que tanto mitin y tanta
propaganda electoral habían valido la pena con tal de ver la cara de funeral con
que todo su equipo se acostó. Mal hecho. El golpe fue tan fuerte que me dolió hasta
a mí.
No hubiera querido ser yo la esposa sumisa que le espera
en casa con una tarta de manzana recién sacada del horno en las manos. Me hubiera
ido a casa de mi madre esa noche, ante la perspectiva de una escena como la de Ciudadano
Kane cuando le abandona su mujer.
Sí, fue muy duro lo de esa noche. Sinceramente, me dieron
ganas de prestarle mi pañuelo. Cuando Pablo dijo que tenía otras expectativas, me
recordaba a la escena de El Hundimiento
cuando el protagonista grita cincuenta veces dando porrazos a la mesa: ¿¿¿Dónde
está Fegelein? ¿Dónde está Fegelein? ¡Fegelein, Fegelein Fegelein!
Buenísimo
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