viernes, mayo 10, 2019

Hay que amar a todos, no solo a los "nuestros"



Hoy he ido a visitar al imán de la mezquita de Alcalá. Era algo que quería hacer desde hacía varios días. Hace años ya había ido a visitar al pope ortodoxo (rumano) de esta ciudad y había saludado a varios pastores evangélicos, con ellos he mantenido el contacto estos años. Me parecía lógico hacer otro tanto con el que dirige los rezos de la fe musulmana. Me pareció un gesto de buena vecindad.

Y, aunque fui sin avisar, me recibieron todos los fieles con la mejor de las hospitalidades. Ellos habían acabado de cenar y estaban de sobremesa, jóvenes y mayores; unos con túnicas, otros vestidos con camisa y pantalones. Yo ya había cenado también, así que no acepté su amable invitación a comer. Pero tomé un poquito de dulce y bebí con ellos un vaso de hierbabuena, muy rica, por cierto.

Estuvimos charlando un rato mientras llegaba el imán. Fue un rato muy agradable. Después llegó el clérigo musulmán. Tuve que hablar con él con intérprete, pero su recibimiento también fue amable y hospitalario. Tras un rato me despedí de ellos.

No debemos olvidar que los musulmanes creen en Dios, en el único Dios verdadero. El que en la diversidad de religiones solo vea un mal se equivoca. Los musulmanes son hijos de Dios que adoran a Dios y que buscan llevar una vida honesta y recta. 

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Sea dicho de paso, hace años visité a un cura de Madrid que fue compañero mío de seminario. No sabía que estaba en esa parroquia. Me alegré y le saludé efusivamente. Él estaba sentado, no se levantó, ni siquiera me dijo que me sentara y siguió escribiendo lo que estaba escribiendo. Pensé que quizá quería acabar algo. 

Pero cuando me di cuenta de que no era así y de que mi presencia le era totalmente indiferente, después de no habernos visto en tantos años, me despedí con amabilidad. Pero, como en la Parábola del Samaritano, encontré más afecto y cordialidad en esos seguidores de Alá que en ese hermano mío en el sacerdocio.