sábado, junio 29, 2019

Reformas episcopales y arzobispales



Me gustaría escuchar vuestra opinión (y sugerencias) sobre un asunto que llevo pensando desde hace tiempo. Algo escribí sobre el tema, pero ahora –lo digo en serio– me gustaría escucharos. Lo voy a exponer de forma casi telegráfica, dejando a un lado el apoyo de razonamientos. Numero los párrafos para facilitaros vuestra labor de comentar.

Primero. Cada obispo sería nombrado con una edad que rondaría entre los 45 y 50 años. No antes, porque debe presidir sobre presbíteros (ancianos).

Segundo. No después, porque debe ser un padre que se asiente en el puesto. Esta edad sería una norma general, pudiendo haber excepciones, por supuesto. Pero de manera ordinaria se evitaría nombrar obispos ya ancianos, porque el obispo debe asentarse, echar raíces, estar mucho tiempo. Nombrarlo a los 50 años, implica que va a estar solo 25 años de obispo.

Tércero. Un obispo sería nombrado para una diócesis y sabría que va a estar en esa diócesis para siempre. No habría traslados a otras diócesis. El oficio de obispo requiere una total exclusividad, un dedicarse por entero y para siempre a ese rebaño. Se tardan más de cinco años en conocer bien a todo el clero y a los pueblos de la diócesis. No tiene sentido cambiar a ese obispo justo cuando conoce ya bien a su rebaño.

Cuarto. De manera que el obispo sabe que se va a ese rebaño y solo a eso. Las actividades de la Conferencia Episcopal se delegarán a presbíteros, diáconos y laicos. Restringiendo los desplazamientos de obispos al mínimo necesario a lo que, realmente, sea muy importante. Delegar debe ser la consigna.

Quinto. El arzobispo ejercerá las funciones que ya he explicado en mi libro Colegio de pontífices. Cuando muera un arzobispo se escogerá, de entre los obispos de esa nación, al que se vea más digno, más venerable, más sabio y santo para ocupar esa sede.

Sexto. Lo lógico es que un arzobispo esté en esa sede arzobispal un mínimo de quince años. De manera que la provisión de esas sedes vacantes debe tener en cuenta ese hecho. Y, por lo tanto, un obispo llegaría a una sede arzobispal tras 10 o 15 años de ejercicio del episcopado.

Séptimo. Los obispos al llegar a los 75 años seguirán en el puesto, con el mismo título, presidiendo las celebraciones, pero el gobierno de la diócesis quedará, enteramente, en manos del obispo coadjutor. La figura del obispo anciano será similar a la de un padre que se ha convertido en abuelo y que deja los asuntos en manos de su hijo primogénito. Pudiéndose dedicar a presidir fiestas patronales, a predicar, a recibir a sacerdotes que quieran pedirle su consejo, a la catedral. Las diócesis necesitan esta figura del abuelo.

Octavo. El obispo anciano ya no será emérito, pero sí jubilado. Me gusta la figura del obispo-abuelo u obispo-patriarca, y la del obispo-hijo u obispo-primogénito. Por supuesto esta figura del obispo anciano podrá retirarse si lo desea a otro lugar. Hay que dejar de ver al obispo jubilado como un posible estorbo, para considerarlo como una benéfica ayuda para el nuevo obispo.