lunes, septiembre 14, 2020

El amor no es indiferentismo

 






Los que seguís este blog habréis comprobado que nunca he dicho una sola palabra contra el Islam. La razón, para mí, está clara: veo todo lo bueno que tiene esa religión. Esa religión no es la mía, pero no traicionaremos el mensaje de Jesús si ponemos nuestra vista en todos los tesoros que indudablemente contiene.

¿Dios no va a estar contento de que los musulmanes le adoren cinco veces al día? Por supuesto que sí. Y les escucha cuando le piden, y los bendice desde el cielo.

¿Dios no va estar contento de que hagan una larga peregrinación hasta la Meca para adorarle, un viaje tan largo en su honor? Por supuesto que sí. La imagen preciosa de decenas de millares de musulmanes adorando a Dios de forma armoniosa, mientras oran, ¡es un culto a Dios! ¿Acaso eso no es fe?

Nosotros los cristianos debemos alegrarnos de lo bueno.

Podríamos seguir con el ayuno y otros aspectos positivos. Pero para no alargarme en este escrito no lo haré.

El Dios judío, cristiano y musulmán es esencialmente el mismo. Es decir, es el Dios único, bueno, creador, que juzgará a los hombres según sus obras. Lo repito, sustancialmente, es el mismo Dios. Aunque, por supuesto, haya diferencias en el modo de ver al Padre Celestial en las tres religiones.

Alguien alegará que si me parece poca diferencia creer en la Trinidad. Pero le recordaré que estoy hablando del Dios Uno.

Alguien me dirá que hay partes del Corán que son inaceptables para un cristiano. Pero, en eso, debemos hacer un ejercicio de comprensión: ¿Acaso las Escrituras judías no tienen actos crueles en sus crónicas? ¿Acaso los cristianos no hemos tenido nuestra cuota de fanatismo inquisitorial, de rigidez excluyente, de imposición? Por supuesto que sí.

Los judíos de hoy día entienden las Escrituras de un modo razonable, de un modo que es el que consideran agradable a Dios. Siempre habrá un tanto por ciento de judíos que apelen, hoy día, a los antiquísimos anatemas. Pero serán una minoría. Y los mismos judíos razonables (que son la inmensa mayoría) los tratarán como a terroristas.

¿Acaso no observamos el mismo proceso en el Islam? La inmensa mayoría de los musulmanes interpretan el Corán según visiones razonables. El extremismo (aunque haya ganado terreno) sigue siendo la excepción entre los adoradores de Alá.

Resulta injusto afirmar que como tal o cual sura del Corán dice esto o lo otro, los que crean en el Corán son malos. Eso es injusto. ¿No se podría decir lo mismo de los judíos? Esa visión excluyente, fanática, es la que hay que erradicar entro nosotros los cristianos al mirar al otro.

Los cristianos, sin dejar de ser cristianos, debemos aprender no solo a amar a los musulmanes, sino también a valorar todo lo positivo de su camino religioso. No les vamos a mentir cuando surja una cuestión teológica, y a decirles que nos parece bien lo que no nos lo parezca. Nuestra relación se basa en la verdad, por ambas partes: ambas partes deben ser sinceras. ¿Pero para qué fijarse siempre en lo que nos separa, en lo que nos irrita?

¡Hay que aprender a amar no solo a los musulmanes, sino también todo lo positivo del Islam; así como yo he aprendido a amar todo lo positivo, noble y bueno de la religión judía en sus distintas versiones. Y también he tenido que aprender a amar a las distintas confesiones cristianas. Hay que aprender a amar. Lo fácil es enfadarse y gritar y despreciar. La labor de construir puentes es una labor más serena.

Hace años, fui a visitar al imán de la mezquita de Madrid, me recibió con los brazos abiertos. Charlamos juntos un rato por el placer de conocernos. Este año fui a visitar al imán de Alcalá. Me descalcé para entrar en su lugar de culto (y eso que ellos no me lo pidieron), pero lo hice con gusto por propia iniciativa. Me invitaron a comer, a tomar té. No, hermanos, no sigáis a los sembradores de intolerancia, siempre con la excusa de que no podemos traicionar el evangelio cristiano. Jesús nos dejó muy claro cuál era su camino.