jueves, febrero 03, 2022

La cerámica de la mesa era como esta, de la Cartuja de Sevilla

 

Ayer tuve una agradable cena con una familia de Madrid. Uno de esos momentos que me son tan queridos, tan relajantes, satisfactorios y entretenidos.

Los niños fueron a la cama a dormir. Si se quiere una cena calmada, tranquila, siempre es mejor que los niños se vayan a descansar. En la pantalla de cine Los niños quedan genial sentados a la mesa de una comida del Día de Acción de Gracias o de la cena de Navidad. Pero fuera de esos momentos familiares los niños en una cena son como un agujero negro que atraen hacia sí toda la atención y hasta parte de la luz.

Cuando bendije la casa antes de marcharme, era encantador verlos tan pequeños entre las sábanas, sin despertarse por mi invasión. No encendimos la luz de la habitación, pero no salieron de su sueño profundo. Qué imagen tan bonita para mi recuerdo. Eran la viva imagen de la inocencia infantil.

Con la ausencia de estos tres niñitos disfrutamos de una velada tan agradable. Clara y Javier (no pongo fotos porque siempre me gusta preservar la identidad) me mostraron su casa: alegre, feliz, con ese aire a nuevo que tienen las cosas en los primeros años de matrimonio. La cena también estuvo deliciosa. Me hubiera gustado conocer más cosas de sus trabajos. Siempre me gusta escuchar al que es experto en algo. Pero me da pena preguntar porque me da la sensación de que los estoy interrogando.

Un queso gorgonzola delicioso, acompañado de salmón ahumado, la sobremesa, todo fue perfecto. El encanto de esos momentos perfectos.