miércoles, julio 20, 2022

El libro del fin del mundo: consideraciones aragonesas

 

El protagonista de El libro del fin del mundo es de Barbastro, mi ciudad natal, pero acaba trabajando como bibliotecario en París, en La Sorbona. Me hubiera gustado que el entorno de la novela hubiera estado emplazado en mi tierra, pero había dos problemas.

El primero es que una biblioteca tan grande como la que el protagonista describe no podía estar en ninguna universidad de Aragón. La Universidad de Zaragoza se fundaría en 1542. En Huesca se funda una universidad en 1354, pero era muy pequeña y centrada en los estudios de teología. El viaje que se describe en mi novela tiene lugar en 1327. Este primer problema resultaba insoluble.

El segundo problema es que una expedición geográfica solo la hubiera podido emprender (y con dificultad) la universidad más grande de la Cristiandad. Una expedición geográfica reducida a un solo barco dirigiéndose hacia el oeste durante un breve espacio de tiempo. Y aun esto se consigue por una coyuntura muy especial: unos beneficios extraordinarios de las tierras arrendadas por la universidad, beneficios que se repiten (y acumulan) por dos años; y un precio del flete bajísimo por un largo bloqueo de los puertos de la Liga Hanseática para las embarcaciones provenientes de las costas francesas. Sin esa coyuntura el flete del barco no hubiera podido tener lugar ni siquiera por la universidad más grande de Europa.

Dicho lo cual, queda claro porqué mi novela solo podía tener un entorno posible para el arranque de la expedición: París. Porque tenía claro, desde el principio, que mi viaje debía ser una empresa universitaria, capitaneada por un bibliotecario.

Pero yo amo mi tierra y me hubiera gustado crear una historia que se desenvolviera en Aragón. Huesca con sus montañas tiene para mí un sabor medieval, casi épico. Las tierras de la llanura que se extienden antes del prepirineo las conozco bien, son mi casa. Teruel lo descubrí más tarde, ya adulto, y quedé fascinado en los dos viajes que hice. Parece increíble que exista una ciudad tan bonita. Es una población que más bien parece la fantasía de un pintor o un literato. Y de la ciudad de Zaragoza ¿qué diré? Es el corazón de Aragón, su corazón indiscutible. Si la ciudad de Zaragoza es el corazón de la región, el centro de la ciudad es El Pilar.

El Pilar es de los cinco o seis templos del mundo donde siento más la grandeza de entrar a un inmenso lugar sagrado. La amplitud de la colosal construcción, las solemnes ceremonias sagradas, la fe de la muchísima gente que siempre llena la basílica… Sí, ese lugar no es como cualquier otro, es único. Qué devoción tienen los zaragozanos a la Virgen del Pilar, es impresionante.

Cuando escribo estas líneas, pienso en lo que me hubiera complacido ambientar mi novela en Aragón. Pero hay que ser realistas, el arzobispo de Zaragoza no tenía poder económico para una empresa así, ni ningún sentido que un prelado se embarcara en sufragar los gastos de una expedición al Mar Tenebroso. El rey de Aragón podría haberlo hecho, pero el Atlántico estaba radicalmente fuera de sus intereses.

El flete de un barco con ese propósito, en mi libro, tiene un interés meramente geográfico. El interés de La Sorbona al embarcarse en esa empresa fue meramente el conocimiento. No pensaban encontrar más que agua y solo agua. 

No voy a rebelar si un bibliotecario de la Universidad de París descubrió alguna costa de América 165 años antes de nuestras tres carabelas. Puede que sí, puede que no. Es posible que no descubrieran ni siquiera una sola isla. Pero no, no voy a arruinar la historia con alguna revelación inadecuada. Pero no me digáis que no sería interesante que la Universidad de París descubriera América siglo y medio antes que Colón.

Nota: Hago notar que el barco de la fotografía superior es un filibote, mientras que el de mi novela era una coca, un barco más modesto.