sábado, febrero 25, 2023

El amor a Rusia es un mero disfraz de su ego

 

Ayer se cumplió un año de guerra en Ucrania. El heroísmo de los ucranianos en la defensa de su país ha sido tan inesperado como inimaginable. Las páginas de gloria que han escrito esos soldados merecen todo nuestro honor. Los hechos heroicos que la población civil ha realizado solo Dios los conoce. Desde el sacrificio de un técnico especialista en centrales de distribución eléctrica que noche tras noche se haya esforzado para devolver la energía a las casas, hasta un equipo de fontaneros que sin parar mientes en horario alguno lucharon con sus herramientas para que el agua siguiera fluyendo en parte de una ciudad.

Ucrania está siendo defendida por todos. Todo lo contrario de los atacantes, cuyos reclutas forzosos son los primeros que no quieren estar ahí.

El presidente Zelensky es recibido con todos los honores en todos los parlamentos de las democracias. Putin quería con su acción que Rusia fuera respetada, logrando todo lo contrario. Uno goza de todos los honores, el dictador moscovita se ha convertido en un paria apestado.

Pero una cosa quiero decir, a pesar de todo el heroísmo de los ucranianos, un heroísmo grandioso, increíble, si Dios no los hubiera ayudado, hubieran sido arrollados por una fuerza tan desproporcionadamente superior, ante la cual ningún heroísmo habría sido suficiente. Las guerras, a veces, no se ganan solo con heroísmo. Ha sido Dios el que ha dicho: “No vais a invadir ese país que no os ha hecho nada”.

Sí, aquella gigantesca ola de reclutas y material ruso fue detenida, pero que conste que los ucranianos no tenían nada que hacer ante un despliegue tan colosal de efectivos militares. Ha sido una intervención de Dios, una intervención a plena luz del día, ante los ojos del mundo. Una intervención a favor de la víctima. Solo después de varias semanas, los demás países, atónitos, sin poder creerlo, comenzaron a ayudar al atacado de forma efectiva y no simbólica. Durante unas tres semanas, los ucranianos estuvieron totalmente solos.

¿Hasta qué punto Putin es miserable? Basta ver, como yo lo he hecho mientras almorzaba, la clínica de Zaragoza donde han llegado unos cuantos ucranianos mutilados para darse cuenta un poco, poquísimo, del peso, profundidad y dimensiones de las decisiones de ese déspota egocéntrico.

Todos los testigos estamos atónitos ante semejante sima de maldad. Pero el reloj corriendo, su tic tac sigue pulsando: la hora está fijada. La guerra en esa tierra que él ha hecho desdichada tiene su final fijado. El día y la hora, Dios la conoce. El reloj también sigue corriendo para Putin. Corriendo, como si se acelerase. Al final, todo se acelera, todo parece que ha ocurrido muy rápido. Gadafi, Saddam Hussein, Milosevic... Radovan Karadžić sigue cumpliendo su cadena perpetua en una prisión del Reino Unido.

Si Putin pudiera ver el futuro, si tuviera un profeta que le dijera: ¡Así dice el Señor…!

Putin, Putin, ¿dónde estará tu alma dentro de dos años? No, no creo que sigas caminando en la tierra de los vivos.