En España nos dirigimos hacia un choque de
locomotoras. Sin duda, el calendario se va acercando a las semanas en las que
la cuestión nacionalista catalana entrará en una fase de guerrilla urbana
nocturna a cargo de grupos radicales violentos: quema de oficinas estatales,
disturbios callejeros, etc, mientras Artur Mas tiene que declarar ante algún
juez y volver a su casa en espera de juicio. Mientras un Mas martirial se pasea
por juzgados y platós, los antisistema van a hacer su agosto en los barrios de
Barcelona.
¿Y después? Después, más o menos un año después de
toda esta penosa situación, un referéndum esta vez sí autorizado por el Estado. A lo mejor alguien piensa que después de enviar a los tanques, los independentistas se olvidarán del asunto. Siempre hay gente que lo arregla todo con tanques. En la barra de un bar, todo se arregla con tanques y mano dura. Pero en el mundo real las cosas son más complejas.
Ir del punto A al punto B es ya inevitable. Lo que
sí que era evitable es el sufrimiento intermedio entre esos dos puntos. Ahora
las locomotoras van tomando velocidad y no hay marcha atrás.
Los argumentos a favor del referéndum y a favor de
que sean los catalanes los que decidan si quieren o no seguir en el estado
español ya los he dado en anteriores posts y claramente estoy a favor del
referéndum por las razones que he expuesto y no voy a repetir. Estoy a favor de
la unidad de España, pero a favor de que los catalanes decidan su futuro.
Pero permítaseme decir que, a nivel teórico, es
cierto que la soberanía en un Estado pertenece a todos los ciudadanos. Es
decir, un habitante de Soria no puede decidir nada en cuanto a materia de soberanía
ni siquiera en el perímetro de su propia casa. La soberanía es un concepto
jurídico que se haya totalmente por encima del hecho de que ese señor de Soria
sea el dueño de su chalet en ese terreno. Podrá ser el dueño, pero la soberanía
sobre ese terreno pertenece a la nación. Y por eso la nación podría imponerle
limitaciones respecto al uso de su casa (hay varias razones legales para ello),
expropiarle de su propia casa o podría detenerlo y sacarlo de ella a la fuerza.
La soberanía ni siquiera me pertenece a mí o a éste
o al otro o a un grupo por grande que sea, sino a toda la nación en conjunto. Y
la nación ejerce su soberanía sobre todas y cada una de las partes de ese
territorio. Siendo indiferente lo que piensen los habitantes de ese pueblo, de
esa provincia o de esa región. Porque la soberanía no les pertenece a ellos.
Del mismo modo que es indiferente lo que piensen los
habitantes de un pueblo acerca de que yo sea propietario de mi propio piso,
también es indiferente a la soberanía del Estado lo que piensen los habitantes
de un islote. La soberanía no les pertenece a los habitantes de ese islote, los
cuales simplemente moran allí. Es cierto que las Islas Canarias pertenecen
tanto a un gallego de Orense como a un canario de toda la vida, exactamente
igual.
Hay que dejar claro que esta polémica no es entre
soberanía y libertad. Sino entre soberanía española o catalana. Lo que está en
juego no es la libertad (los catalanes ya son libres), sino quién ejerce la
soberanía sobre un territorio determinado.
Si Cataluña es independiente algún día (yo estoy
convencido de que lo será), ejercerá la soberanía exactamente igual que España.
Porque la soberanía no es fraccionable, divisible o delegable. El concepto de
soberanía es un concepto supremo, por encima del cual sólo estaría Dios. Nada
está por encima de la soberanía, ningún organismo, ninguna autoridad. Ni un
grupo supranacional, ni un grupo intranacional. La soberanía, por definición,
es soberana y no se somete a nadie. Por eso se tiene la soberanía o no se
tiene.
Pero no es ésta una cuestión de libertad. Una
persona en un territorio es libre o no lo es, cuestión independiente es quién
es el sujeto de la soberanía si un grupo más pequeño o un grupo más grande. ¿Se
es más libre por estar incluido en un grupo soberano más pequeño?
Evidentemente, no. Tiene sus ventajas y tiene sus inconvenientes, pero la
libertad es la misma. ¿Son más libres los habitantes de la Isla de Malta o los
de Alemania?
Determinar quien va a ser el sujeto de la soberanía
nunca ha constituido parte de los derechos de la persona, salvo en el caso de
invasiones, porque desde un punto de vista del Derecho Constitucional y de la
Filosofía del Derecho no existe tal derecho como un derecho personal. Pues la
soberanía es un hecho, algo que viene dado y que por su misma esencia va a
resistirse a ser dividido, limitado o menguado.
Por eso las Constituciones no
incluyen la clausula de la secesión. Porque la soberanía tiende a mantenerse
inalterada como máxima expresión de poder. Las delegaciones de poder
subsiguientes sí que serán limitadas por el Derecho. Pero nunca el Derecho va a
limitar en modo alguno la fuente primigenia del Poder de un Estado. Tiene su
lógica: la soberanía tiende a su preservación por propia definición.
Sería como
si el reglamento de funciones del presidente de una empresa estipulara el modo
en que el presidente se va a suicidar. Si el presidente se va a suicidar, lo
hará sin seguir ningún reglamento y no lo hará porque lo diga un reglamento. Un
Estado no destruye su soberanía con gusto y placer, lo hará siempre tras un
proceso desagradable.
Del mismo modo, toda sedición ocurre a la fuerza,
por virtud de la fuerza. Todo ordenamiento jurídico se resistirá a ello con
todas sus leyes. Lo contrario sería como regular el suicidio, el suicidio de la
soberanía perfecta y plena.
Lo que he dicho me parece claro, ahora bien, la Ley
tiene sus límites en su aplicación y no se puede imponer a más de la mitad de
la población una soberanía no querida, digan lo que digan las leyes. Esto es un
hecho.
Pero cuando Cataluña sea independiente querrá
mantener (con toda razón) la soberanía tan a toda costa como ahora el estado
español. De lo contrario, se entraría en un proceso de cantonalización sin fin:
comarcas, pueblos, llegando a la república independiente de mi casa.
Como sacerdote, lo único que pido es que pasemos del
punto A al punto B del modo menos doloroso posible. Todos somos hermanos,
tenemos formas distintas de pensar (ni siquiera es obligatorio estar de acuerdo
con lo que he escrito), al menos no aumentemos el odio, la exacerbación de los
espíritus, porque después estas cosas se pagan con sufrimiento de seres
concretos. Ninguna división administrativa (no otra cosa son las fronteras)
merece que se derrame la sangre de los hijos de Dios. Las divisiones
administrativas están al servicio del hombre y no al revés. No idolatremos ni a
España ni a Cataluña que a nuestro Padre que está en los cielos estas cuestiones
le parecen pueriles. Desde la eternidad, todos estos asuntos que poca cosa nos van
a aparecer.