Acabo de venir de
Estados Unidos, de dar unas conferencias en Los Ángeles. Pero hoy pienso que
resulta más interesante decir algo sobre la ley de secesión aprobada por el
parlamento de Cataluña. La foto es del frontón del Congreso de los Diputados de España. En el centro, España (con un cetro y una corona) abraza a la Constitución.
En todo este asunto
hay una cierta postura teatral por ambas partes. Por parte del poder central que se echa las manos a
la cabeza por el hecho de que los separatistas hagan las cosas fuera de la ley.
Si la ley no permite la secesión, ¿hay otra forma de hacer las cosas más que
fuera de la ley?
La postura teatral
del poder autonómico consiste en
echarse las manos a la cabeza por la testadurez del poder central. Teatro puro
y duro. Vamos a ver, si los nacionalistas quieren a toda costa ser
independientes, deberían entender la postura de los de enfrente: la postura de
los que defienden que España debe mantener su soberanía a toda costa.
En el fondo, los
nacionalistas deberían ser comprensivos con el hecho de que los patriotas
españoles estén tan motivados en su postura por patriotismo como los
nacionalistas catalanes en su propósito. Reconozcámoslo, cada poder (autonómico
y central) mantiene su posición bajo su propia lógica.
Esta obra de teatro
ha sido puesta en cartel varias veces en algunas democracias del siglo XX. ¿El
resultado? Si una amplia mayoría de la
población quiere la separación, ninguna ley logrará evitarlo. Se alargarán
más o menos los actos de la obra de teatro, pero al final lo lograrán.
Pero si no hay una mayoría holgada, la
independencia no se logrará. ¿Por qué? Pues porque un proceso sececionista
siempre es muy traumático. Todos los temores se lanzan sobre la cabeza de los
votantes. La mayoría de los que no lo tienen muy claro siempre da un paso
atrás. Siempre atrás, no adelante.
Por supuesto que los
nacionalistas de todas las naciones tratan de entusiasmar a los votantes. Pero
los defensores de lo contrario arrojan los temores más extremos en sus
discursos. En esta lucha entre ilusión y temor, siempre gana el temor. Si no
hay una mayoría holgada antes del empezar el proceso traumático, las masas dan
un paso atrás.
Yo hubiera aconsejado
al poder central que esta cuestión (que no es legal, sino política) se
resolviera del modo más civilizado posible: un referendum; como en Canadá, como
en el Reino Unido. Ahora bien, dado que esa opción ha sido rotundamente
descartada por el poder central, lo mejor sería que los nacionalistas analicen fríamente
la situación: cuanto más traumáticos sean los hechos que sigan de ahora en
adelante, más se espantará el electorado catalán. En medio de las convulsiones,
los radicales se radicalizarán más. Pero el votante indeciso se arrojará en
manos de la seguridad.
Yo respeto las ideas
de los que no piensan como yo: yo ya sólo creo en la Humanidad como familia.
Incluso en el conflicto con Corea del Norte, me interesa salvaguardar tanto las
vidas de los norcoreanos como las del resto de naciones.
No creo en
patriotismos nacionales: ni españoles ni catalanes. Me interesa tanto el
derecho a la felicidad del inmigrante de Nigeria como la felicidad del
ciudadano de Berlín, lo digo totalmente en serio. Creo en la total igualdad de
un uruguayo que vive en su país y en la de un español que vive aquí. Las
fronteras son meras líneas en un mapa. Sólo me interesan la felicidad, libertad
y derechos de los seres humanos concretos.
Habiendo dejado clara
mi postura, una vez más, considero que los conductores del soberanismo catalán
deberían analizar tan fríamente como yo la situación y entender que en un
choque frontal de locomotoras se va a producir un radicalismo de la parte más
de izquierdas de la población catalana. Los jóvenes de las barricadas van llevar
a Cataluña a sufrir un enquistamiento de este conflicto durante toda una
generación.
Cuando Arafat buscó
el choque de locomotoras con los israelíes para conseguir un estado sin más
demoras, eso condujo a que su partido perdiera el poder y Hamás se hiciera con
el poder para siempre. Éste es mi análisis, opinable, por supuesto.
El resultado en
Cataluña (dado que no cuentan con una mayoría holgada) va a ser un
enquistamiento del problema a causa de una clara basculación hacia la izquierda
radical.
Si alguien del
parlamento catalán me lee, yo abogaría por buscar una solución honrosa
dialogada. (Aunque sé que es tarde, el Rubicón ha sido atravesado.) Seguir
adelante va a significar desatar fuerzas pasionales que después va a ser muy
difícil reconducirlas. Y el precio, como siempre, lo pagará la población.
¡Todo se puede ganar
con un acuerdo honroso! Pero si el gobierno catalán es encarcelado, habrá
barricadas. Y, al final, tras un año o dos, volveremos a la casilla inicial del tablero, sólo que las
barricadas no se disuelven con bolas de nieve y serpentinas. Volveremos a la
casilla inicial con mucho sufrimiento a cuestas.