La carta de ayer sigue dando lugar a precisiones por
parte de los periodistas. Y es que, contados todos los diáconos, hasta el
último, no se llega a 300 firmantes.
Por otra parte, ¿que son 300 firmantes entre 2.190
sacerdotes y religiosos? Hoy se sabe que la carta no la ha firmado ni el 8% del
clero de Barcelona. Y donde más firmantes tuvo, Solsona, solo la suscribieron 18 de
sus 73 sacerdotes.
Estas precisiones son importantes, porque muchos
tienen una idea muy negativa del clero vasco y catalán. Pero, afortunadamente,
la gran mayoría del clero de Euskadi y Cataluña están a favor de no meterse a
opinar en cuestiones seculares. Y de eso doy fe: la mayor parte del clero en
esas dos regiones está en su sitio, sin meterse en campos que son de los
laicos.
Ahora bien, como ya dije, la cuestión teórica sí que
es una cuestión moral que es insoslayable para los grandes sabios encargados de
la moral. Es decir, no se trata de que cada hijo de vecino resuelva la cuestión
teórica. Sino de que los más eminentes y santos la resuelvan y nos enseñen. Pensar
que la licitud de las grandes cuestiones está sujeta a lo que cada uno piense es
relativismo. Yo quiero saber la verdad.
Y la cuestión acerca de si es lícita o no la secesión
desde un punto de vista meramente teórico tiene consecuencias gravísimas que
fácilmente derivan en el derramamiento de sangre. Que una frontera pase por
aquí o por allá se debe a razones históricas muy a menudo derivadas del puro azar.
Portugal pudo haberse integrado en la corona española. Holanda pudo haber pertenecido
con toda facilidad a Alemania. Los cantones suizos de habla italiana podrían haberse
independizado. Borgoña podría haberse separado de la corona francesa en la Edad
Media.
Las fronteras dependen de cosas como una cordillera
montañosa, un río, la herencia de un príncipe y cosas por el estilo. Ahora bien,
una vez que existe un Estado es un asunto de máxima importancia --aquí la
palabra “máxima” adquiere su pleno significado-- saber quién es la autoridad
suprema en el ejercicio del Poder.
Eso es algo que jamás, nunca, puede quedar en el aire.
Estados Unidos con su lista de sucesión presidencial es una muestra de lo muy
en serio que se toma esto. Texas fue un territorio que se anexionó
voluntaria o involuntariamente (no me queda claro) a los Estados Unidos. Pero lo que sí que está claro es que, a estas alturas, aunque muchos en Texas repiten que si quisieran
(y ganaran un referéndum) podrían volver a salir, eso no es verdad. Todos los
juristas (incluso los de Texas) han dejado bien claro que no: que, aunque todos
y cada uno de los texanos se pusieran de acuerdo, las autoridades federales
actuarían con toda la contundencia necesaria para evitar una agresión contra su
soberanía nacional.
Los independentistas me dirán: “Muy bien, usted
defiende un bando; nosotros, otro. Usted nos acusa de meternos en cuestiones
seculares, opinables, pero usted lo hace”.
Lo que sucede es que me he dado cuenta de que estos
asuntos nunca son pacíficos, sino que inducen a los pueblos a la crispación más
grande interna que puede sufrir un país. Pensar que esto se puede arreglar con
algo de diálogo es un error. Se puede arreglar con diálogo una justa autodeterminación
y siempre que haya amplia mayoría, pero nunca una secesión con la población
dividida en partes casi iguales dentro de la zona de secesión.
Insisto, el mito de la sustracción pacífica, civilizada,
de la soberanía nacional ha caído en mi forma de pensar. Ojo, no digo que no se
pueda lograr. Pero se logra llegar a la meta pasando a través de un
enfrentamiento, de una crispación y de unos peligros que no compensan el fin que
se quiere obtener. Puede salir bien en cinco países, pero el sexto nos hará
lamentar el haber comenzado este tipo de procesos.
No, la secesión no es una opción indiferente en la que
la moral no tiene nada que decir. ¿Es
moralmente indiferente escalar sin cuerda, solo con las manos, una pared
vertical como lo hacen los que practican el estilo “free solo”? Pues no. No me
importa que haya escalado veinte paredes verticales y siga vivo, es una
modalidad inmoral. La vida humana vale más que esas pruebas deportistas.
La vida humana vale más que el que una frontera pase
por aquí o por allí. Y si no nos ponemos de acuerdo, entonces sigue vigente el
ordenamiento constitucional. No aceptar esto es abrir la puerta a posibles
tormentas de fuego y acero.