Tenía clarísimo que hoy no
iba a hablar del tema de Cataluña, pero, al final, no me he resistido, porque un
lector ha hecho una petición muy interesante:
Por favor padre, explique
cuál es la doctrina social de la Iglesia sobre la secesión en un país. Es muy
clarificadora y debería ser el criterio a seguir por sus pastores y fieles.
No existe una doctrina magisterial expresa sobre el
tema. Ahora bien, hay suficientes elementos en la teología moral de la Iglesia para afirmar de forma condensada las
siguientes verdades:
-Existe un derecho a la autodeterminación cuando hay razones
suficientes para ello: invasión de un pueblo, objetiva situación de opresión
(por la raza, religión, etc.) u otras razones objetivas.
-No
existe un derecho a la secesión cuando la región, provincia,
departamento, cantón u otra circunscripción ni está invadida ni oprimida, y forma
una unidad con el Estado del que es parte.
El que el poder político
decida ceder no significa que ese derecho exista. Solo demuestra que ha cedido.
Ojo, tampoco estoy diciendo que, en ocasiones, no sea más prudente optar por el
mal menor.
Querido comentarista, lo pediste
es muy útil, porque este es un problema que puede extenderse sin final por
todos los países con su inevitable siembra de odios y posibilidad de grandes
conflictos.
Repito lo que dije hace
tiempo: Que el límite de una nación esté aquí o más allá se debe a cuestiones en
manos del azar: un río, una batalla perdida, una boda entre casas reales, una
cordillera, una lengua, una religión. Las lenguas avanzan o retroceden o se
encapsulan por razones azarosas. Las fronteras podían haber estado en muchos otros
lugares alternativos. Lo que sí que resulta indudable son los males que afrontamos
si una región comienza un proceso de secesión, u otro país inicia un proceso de
incorporación por la fuerza.
En el caso de una autodeterminación,
la inmensa mayoría de la población invadida o sojuzgada lo normal es que quiera
recobrar la independencia. Y, aun así, los peligros de odio y sangre que
conlleva un proceso de autodeterminación no son descartables.
Pero, en el caso de una
secesión, estar dispuesto a pagar ese precio resulta objetivamente inaceptable desde un punto de vista moral.
Desde
un punto de vista legal, la soberanía es indivisible. Normalmente,
la Ley es reflejo de la moralidad; y la moralidad se encuentra reflejada en la
legalidad. Ya sé muy bien que hay excepciones. Pero cuando el sistema jurídico
se basa en la Razón, la Ley refleja el ordenamiento moral.
Si existiera un derecho a
la secesión, Cataluña podría volverse a dividir cuatro años después de lograr
la independencia. En un estado de anarquía, hasta los valles del pirineo proclamarían
su independencia. ¿Por qué una ciudad no puede ser independiente?
No hay nadie que ahora abogue
por la secesión en Cataluña que después no vaya a negar el derecho a la independencia
a otros. ¿Por qué? Porque la Razón indica que la soberanía no puede estar fragmentándose
de forma indefinida. Más allá de cierta división y subdivisión el sistema caería
en la anarquía.
Aunque algunos digan que
sí que aceptarán ese derecho, lo dicen convencidos de que el proceso se
detendrá. Pero este es un proceso que resulta altamente inflamable porque cada
división implica destrucción del bien común y la siembra de animadversión. Las secesiones
no se pueden hacer sin esa siembra de la confrontación del uno con el otro. Sin
confrontación, la Razón indica que la unión y la coordinación siempre es
preferible. Cada desunión y descoordinación conlleva un coste. Por eso los
defensores de este derecho de independencia, después lo niegan a los sometidos
a la nueva soberanía. Antes de la guerra civil española los anarquistas no
creían en la autoridad. Después, cuando se hicieron con el Poder en la guerra,
ejercieron la autoridad. Lo mismo pasa con los que creen en el derecho de
secesión. Una vez creada la nueva soberanía, ya no se puede ejercer ese
derecho.
Por eso, desde el punto
de vista de la moral, creo que ha llegado el momento de decir bien y alto y
bien claro, sin ambigüedades, que no existe el derecho a la secesión. Existe,
como es lógico, el derecho a que el prisionero recobre la libertad. Secesión no
es lo mismo que autodeterminación. En 1944 Francia no se secesionó del III
Reich. Las Trece Colonias sí que se independizaron de la Corona Inglesa, pero
ese hecho (con razón o sin ella) no se pudo hacer sin pagar un precio en
sangre.
Hay un ejemplo que puede
dejar clara esta cuestión moral: Existe el derecho a que la esposa maltratada
se escape del matrimonio. Pero no existe un derecho, moralmente hablando, a que
la esposa un buen día anuncie que se autodetermina respecto al matrimonio y se
marche. Esa no es una opción moralmente indiferente.
Desde el punto de vista
de la licitud, uno puede ser todo lo nacionalista que quiera, pero teniendo
claro que la soberanía es un bien nacional indivisible. Los montes del Pirineo
no pertenecen a sus habitantes, sino a toda la nación. Y es un hecho objetivo
que hoy Cataluña pertenece a España, hagan las votaciones que quieran hacer los
que vivan allí. Es una mera cuestión legal con igual respuesta en todas las
construcciones jurídicas de todo el mundo.
Por supuesto que uno dirá
que uno tiene una opinión y otro tiene otra opinión. Pero el Poder no está
sujeto a opiniones. El Poder es algo objetivo. Quim Torra dirá lo que quiera, pero
él no puede detener al presidente de España; la justicia de España sí que puede
detener a al presidente de la Generalitat.
Como dije en otro post,
aquí cada cual tiene sus opiniones. Pero el Poder se demuestra en la capacidad
de enviar a la policía a detener a alguien. Esa es la evidencia última de quien
posee el Poder. Cuando llega la policía y le comunica a alguien: “Está usted
detenido”, esa es la frase más objetiva que existe, no está sujeta a opinión.
Otra lectora pedía “altura
de miras” con los nacionalistas, pero aquí hablo de la cuestión moral. Lo moral
es lo justo. Después ya sé muy bien que nuestros políticos en Madrid pueden
hacer los cambalaches que quieran. Pero yo hablo de cuestiones que tienen que
ver con la moralidad, con lo justo, con los derechos. Después ya sé que puede ocurrir
cualquier cosa.