Me gustaría extenderme un
poco en el tema de ayer que me parece muy interesante. No me opongo de forma
radical a que haya biblias populares, es decir, traducciones en las que los
versículos difíciles hayan sido traducidos no literalmente, sino según el sentido.
Pero si se hace una
traducción según el sentido hay que hacerla bien. Traducir según el sentido
implica rigor, implica una voluntad férrea de ser muy fiel. Hay una fidelidad y
un rigor filológico tanto en la traducción ad litteram como en la
traducción ad sensum.
Yo, desde luego, prefiero
las versiones literales. La Biblia fue escrita para personas sencillas, no solo
para los ilustrados. Fue el alimento de pastores hebreos, de agricultores.
Así que soy de la opinión
de que, incluso los hijos sencillos de la Iglesia, prefieren asomarse al texto
verdadero (que es el literal) que no a una versión interpretada. Así que no me opongo
radicalmente a las traducciones populares, pero prefiero totalmente las versiones
literales para todos los públicos. Hasta la persona de pocas letras suele
valorar el sabor hebreo de un texto. Hasta el hombre que no tiene estudios
suele preferir enfrentarse al enigma del texto por sí mismo.
La literalidad no plantea
problemas (y se le pueden poner todas las notas a pie de texto que se desee),
pero la traducción ad sensum es un pozo del que es difícil salir.
¿Traducimos que hay que perdonar “70 veces 7”, o que hay que perdonar “siempre”?
Algunos traductores piensan que la gente común es muy tonta.
Imaginemos, ejemplo
hipotético, que alguien decide hacer una traducción gitana de la Biblia que, en
realidad, sea una simplificación. El propósito puede ser el de acercar a ellos
la Palabra. Pero, sin ninguna duda, ellos prefieren la Palabra en toda su
pureza. No tengo la menor duda de que el pueblo gitano dará la espalda al que
lo trata como a niños, y se acercará al que lo trata con seriedad.