miércoles, junio 26, 2019

El celibato: solo algunas consideraciones



Hubo presbíteros y obispos casados en la Iglesia Antigua. Pero para aquellos que piensen que las iglesias del Imperio Romano de Occidente y las del Imperio de Oriente eran un faro de espiritualidad y constituían una edad dorada de la Iglesia, les recomendaría que leyesen mis posts sobre Gregorio de Nacianzo. Ahora estoy dando unos sermones (todavía no puestos) sobre Cirilo de Jerusalén. San Cirilo fue un hombre muy santo, no lo dudo, pero también una fuente de problemas. En los iconos queda genial, pero su episcopado está repleto de decisiones digamos que “controvertidas”.

Lejos de ser una época dorada, esa fue una época siempre agitada por conflictos internos, por grandes rivalidades eclesiásticas. Entre los obispos, había un impresionante “mal rollo”. Resulta sorprendente la muchísima ambición que existía por lograr los puestos eclesiásticos. Y las disputas se solucionaban no solo con palabras, sino también con piedras y palos. Es una época que es de todo, menos pacífica.

Los cristianos del siglo IV y V verían nuestra época como una era de paz eclesial. Las cuestiones de fe ahora están más claras. El campo de lo civil y de lo religioso se muestran mucho más delimitados. Los párrocos ahora están mucho mejor formados que los presbíteros de entonces.

Imaginaos un presbítero del siglo IV o V de un pueblo de trescientos habitantes en Libia, vestido como el resto de sus feligreses. Con cuatro hijos, una docena de gallinas y unos huertos que cultiva como el resto de las personas con las que convive. La misa solo es dominical. Pero se rezan salmos al caer el sol en la pequeña construcción rectangular con techo de vigas de madera. Una construcción donde no caben todos los habitantes. En una población de ese tamaño, tendría una edificación donde cupieran apretados algo menos de una tercera parte. Su formación teológica resulta exigua.

A media hora de caminata, hay otro presbítero de una ciudad de mil quinientos habitantes, mucho mejor vestido, más refinado. Su mujer también viste mejor. Él dispone de más dinero. Se nota que vive mejor. (Véase, por ejemplo, el presbítero que aparece en Los Diálogos que le hace la vida imposible a san Benito.) El presbítero de la ciudad busca que sus hijos prosperen en la vida. Por supuesto, no quiere ni oír hablar de que otro clérigo se establezca en la ciudad. Además, ya ha decidido que su primogénito le sucederá y le prepara para eso. Como ya tiene cierta edad, ve al obispo una vez al año. Hace un viaje hasta la sede episcopal para saludarle y llevarle algunos regalos y una donación.

Y visita a un obispo que también tiene su familia y sus negocios, que se marcha de viaje durante varios días (sin poder comunicarse con él), que promueve a sus familiares... Cuando escribí mi libro La catedral de san Agustín me sorprendió la cantidad de veces que, en el norte de África, se escogía para suceder a un obispo a un comerciante rico o a un terrateniente. Y que se escogía a gente rica por razones meramente de interés material para la diócesis. No todos eran o monjes o laicos ricos, también había clérigos de la curia episcopal que pasaban a tener muchos partidarios.

No siempre había facciones detrás de cada candidato, facciones dispuestas a presionar mucho. La historia de los clérigos de esa época era una mezcla de espiritualidad y asuntos mundanos, de ascetismo y ambición. Había de todo. Pero el clero de nuestra época de ningún modo es peor que el de entonces. Y los obispos son mucho mejores globalmente considerados.

El que los clérigos pasaran a ser hombres totalmente consagrados a Dios; dedicados solo al culto, la predicación y la caridad fue un claro avance. Recibieron vestiduras que mostraban su consagración, se tonsuraron, comenzaron a tener un tenor de vida dedicado solo al Reino de Dios, se obligaron a rezar las horas canónicas. Fruto de esto, la obediencia pasó a ser algo mucho más importante. El obispo pudo cambiarles de destino con libertad.

Ojo, solo he querido señalar estos aspectos históricos en la discusión. También podría hablar de los aspectos positivos. Incluso podría hablar de los aspectos positivos que ese sistema tuvo en su época. Ciertamente los hubo.

Pero hay una consideración del párroco como, digámoslo así, monje en el mundo. No se me escapa a mí mismo lo incorrecto de esta calificación, pero algo de eso hay. Y hay otra consideración del párroco como rabino al modo judío. ¿Es el párroco un monje dedicado a la oración y la lectura de la Biblia, que, además, cuida de sus fieles? ¿O es un rabino que dirige el lugar de oración y todo lo que se ramifica desde allí: caridad, etc.?

¿Es una persona totalmente consagrada, un nuevo levita? ¿O es un hermano entre los hermanos que dirige la casa de oración y se encarga de lo ritual? Por favor, no quiero hacer de menos la segunda opción. Soy consciente de que lo segundo es una simplificación, como lo del párroco-monje también lo era.

Lo de hoy ha sido un primer acercamiento, acercamiento negativo. Mañana seguiré aproximándome a la cuestión desde otros ángulos.