La foto no es de mi viaje, la he puesto solo porque es muy bonita. Las fotos de las concelebraciones me parecen gustan tanto porque disfruto mucho de esas liturgias.
De mi viaje a Archena guardo, en mi recuerdo, (la vida
son recuerdos), no solo la amabilidad de los anfitriones, sino también el
estimulante recuerdo del encuentro con lectores y oyentes. (La amabilidad es uno
de los bálsamos de la vida.) Uno trabaja y trabaja cada día en este scriptorium
que es mi piso, pero solo los viajes me ofrecen una cierta visión de la medida
de si ese trabajo tiene fruto o no.
Mi labor de horas y horas es un trabajo a ciegas, en
la solitaria oscuridad del papel. O, mejor dicho, acompañado de la luz del
resplandor de otras obras a las que otros seres humanos dedicaron sus vidas. Yo
mismo me beneficio esfuerzo ímprobo de otros. Pero tengo que tener fe en que tanto
esfuerzo mío hace bien a alguien. Los viajes, para un escritor, y por la razón
dicha, son estimulantes.
Compruebo también que los sermones han pasado a ser mi
“otra biblioteca”. Sin duda, mis homilías y charlas no serían como son sin la
historia de trabajo en los libros.
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Qué buenas son las mandarinas murcianas.