Mañana dedicada a la lectura. Una buena ocupación
entre la escritura de varios libros. Quería dedicarme a Faulkner. Sabía que se
lo merecía. Pero sus novelas no me atrapan. La lectura se convierte en un puro
ejercicio de obligación literaria.
Creo que será la última vez que intente El ruido y
la furia. Ya sé, todos me lo han dicho, que el libro cambia en el segundo
capítulo. Pero no me veo con fuerzas. Hace meses lo intenté con El guardián
entre el centeno, hace un mes con Absalón, Absalón. (Fe de erratas, "El guardián" es de Salinger.)
Creo que estoy muy hecho al estilo y los modos de la
novela francesa decimonónica. Ah, Flaubert... Y, por supuesto, me encanta la
novela latinoamericana.
También he leído un artículo sobre las catedrales del
insuperable Navascués. Eso sí que es una vida dedicada a los templos. Me ha
encantado una cita de Goethe en la que un constructor medieval (de una
catedral) les decía a sus hijos: Permanezco junto a vosotros (...), acabad
lo comenzado en las nubes. Por supuesto que me he sentido reflejado. Es como
si yo hubiera estado construyendo torres en el reino de las nubes.
Ahora la gran cuestión. Cuando acabe esta semana,
escribo mi libro con consejos a los obispos sobre el episcopado, reviso mi libro
sobre san Pablo (lo cual sería verdaderamente largo) o escribo una novelita corta
sobre el Apocalipsis, situado en nuestra generación. Escucharé vuestras
opiniones. Siempre me son muy útiles.
Se acerca la venida de mis padres a casa por Navidad. Será
mejor que comience después de su partida. Cuando están aquí, no hay manera de
concentrarse.
Mi piso es pequeño, la televisión está encendida todo
el día con mis padres aposentados en los sillones, cómodamente aposentados, enraizados
en ellos. Con la televisión encendida con el volumen alto, Faulkner no hubiera
sido capaz de escribir ni un guion para Barrio Sésamo (Sesame Street).