Hoy me he dedicado a acabar de leer Homenaje a
Cataluña de George Orwell. Buen libro para conocer de primera mano algunos
episodios de la Guerra Civil. Solo sirve para eso, para escuchar a un testigo
de algunos episodios, porque parece que mentira que alguien con treinta y tres
años haga un escrito en primera persona que sea tan limitado en su valor. Bien,
está claro que Orwell no era Zweig. No, Orwell no era ni Zweig ni Stendhal.
Ahora bien, me sorprende que alguien que fue tenido
como un reputado intelectual internacional escribiera por ejemplo esto:
Por primera vez desde que estaba en Barcelona fui a la
catedral, un edificio moderno y de los más feos que he visto en el mundo
entero. Tiene cuatro agujas almenadas, idénticas por su forma a botellas de
vino del Rin. A diferencia de la mayoría de iglesias barcelonesas, no había
sufrido daños durante la revolución; se había salvado debido a su «valor
artístico», según decía la gente. Creo que los anarquistas demostraron mal gusto al no dinamitarla cuando
tuvieron oportunidad de hacerlo, en lugar de limitarse a colgar un estandarte
rojinegro entre sus agujas.
En esa época, los templos se destruían de verdad. Su
comentario era cualquier cosa, menos humorístico. Hubo criminales de guerra
perseguidos en los fascismos, pero a las izquierdas se les permite todo. Puedes
hacer el comentario más brutal y no pasa nada. En la década de los 50 o de los
60 hubiera aceptado alguien que un escritor, hablando de una sinagoga en 1942,
hiciera el comentario de que lo mejor hubiera sido haberla quemado. Y más
repugnante todavía viniendo de un sujeto perteneciente al partido (el POUM,
Partido Obrero de Unificación Marxista) que quemaba templos.
Me admira, una y otra vez, que en su obra no haya ni
una palabra, ni una sola, a las numerosísimas víctimas cristianas del partido
al que perteneció. Ni una palabra de, ya no de arrepentimiento, sino de
comprensión, de compasión, nada. Habla de miles de cosas, pero de las víctimas
nada.
Eso sí, cuando los hombres se convierten en lobos,
acaban devorándose entre ellos. Su libro deja bien claro cómo, al final, los
lobos estalinistas acabaron lanzándose (literalmente, hasta la muerte) sobre
los lobos troskistas.