Sigo con el paciente trabajo
(repleto de delicias intelectuales) para mi novela sobre san Pablo. Cuando uno
encuentra un gran libro, cuánto se disfruta. En este caso, sigo con la lectura
de ese tipo de obras que llevan toda una vida escribirlas. Libros en que cada
página rezuma conocimiento: Starks, Harnack, Joachim Jeremias, son algunos
ejemplos. De menor interés para mi obra, pero lleno de artículos, el Journal of
Early Christian Studies. Me resulta de menor interés porque son muy pocos los
artículos sobre la era apostólica. Es lógico, hay menos material.
El tema, que mencioné
ayer, de la baja población femenina en el imperio romano del siglo I es un tema
complicado. También ayer lo hablaba por teléfono con un amigo: Si había un
desequilibro grande, ¿no se volvía codiciable criar más hijas? Uso el verbo criar
porque cuando uno lee los textos de la época, vemos que ni siquiera las bodas
eran una cuestión en la que el amor fuera lo más frecuente.
Lo que también me ha
llamado la atención es la baja tasa de natalidad del siglo I. Los esfuerzos
legales los conocía: las leyes que trataron, en vano, de evitar la reducción de
la población. Pero no sabía, en detalle, que no se llegaba ni a la tasa de reposición.
La población total del imperio no se derrumbó gracias a la incorporación masiva
de poblaciones bárbaras. Pero las ciudades van perdiendo, lentamente,
habitantes siglo tras siglo.
La homosexualidad, el aborto
(más frecuente de lo que yo pensaba), varones que escogen la soltería como
opción vital, la baja tasa de natalidad... Todos estos elementos configuran una
sociedad concreta. Mi novela quiere bucear en esa sociedad. La mayor parte de
las novelas son decorados de cartón piedra, meros escenarios para que los
personajes hablen. Pero sus diálogos podrían ser los mismos en el Egipto de
Tutmosis III o en la Indochina de principios del XX.
Mi esfuerzo es que en esta
novela un Pablo verídico camine por unas calles reales y se siente a celebrar
misa en una ecclesia real. Sí, san Pablo celebraba misa sentado.
Post Data: Obsérvese, en la tercera foto, la cara que el escultor le ha puesto al niño. Seguro que el padre le quiso pagar veinte denarios menos al ver el resultado. Es posible que el escultor insistiese en que el niño, en realidad, era así de feo.
Post Data: Obsérvese, en la tercera foto, la cara que el escultor le ha puesto al niño. Seguro que el padre le quiso pagar veinte denarios menos al ver el resultado. Es posible que el escultor insistiese en que el niño, en realidad, era así de feo.