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jueves, julio 02, 2020

Omisiones: nostra culpa, nostra magna culpa



Todos y cada uno de mis posts los he escrito carente de nacionalismo patrio. Cuando hablé de Corea del Norte, hace años, ya dije que, si algún día nos acercáramos a una situación de inevitable conflicto bélico, habría que tratar de barajar acciones en las que se buscara el bien de los norcoreanos, unos pobres rehenes de un régimen patológico.

Lo mismo pasa con China. Si ese país fuera una democracia en la que su predominio no supusiera otra cosa que un relevo del poder americano por el asiático, yo no tendría nada que decir. La Humanidad es la familia de los hijos de Adán, puestos sobre el suelo que Dios nos ha dado. No creo que un europeo tenga más dignidad o más capacidad que un asiático.

El problema es que la evolución de China es una seria preocupación para cualquiera que tenga una visión que vaya más allá del aquí y el ahora. El modo crecientemente opresivo de esa distopía resulta impresionante. ¡En solo siete años! Igualmente preocupante señalan personas que llevan mucho tiempo viviendo en China, que hablan chino, que están establecidos en ese país y casados con mujeres chinas es la propaganda contra los occidentales desde el aparato del Estado y que ha calado en la población.

En cuestiones geopolíticas son muy poco intervencionista. Considero que para casi todos los problemas con naciones soberanas es mejor dejar que pase el tiempo. El tiempo suele solucionar la mayor parte de los problemas. Ahora bien, desde un punto de vista económico, el problema es precisamente ese: que no hay tiempo.

Si la economía pudiera visualizarse como un territorio, sería sorprendente hasta qué punto se ha producido una invasión. Lo que ha ocurrido con China no ha sido una colaboración, un comercio justo, un intercambio beneficioso para las dos partes. Se ha tratado de una invasión pura y dura. Solo una miopía perfecta y falta de principios morales de los jefes de Estado occidentales ha podido permitir semejante vampirización.