Sermones en vídeo

domingo, octubre 18, 2020

El ara y la ira

 

Continuando los posts anteriores. Resultan llamativos los discursos de algunos eclesiásticos de alto rango al hablar del tipo de sacerdote mencionado en los pasados días. Para ahorrar palabras, vamos a llamarlos derepti (derrumbados, en latín) en plural, o dereptus en singular.

Al dereptus se le aplica la expulsión, cuando más que nunca necesita el acogimiento, el seno que le abraza con amor. Tanto más amor cuanto mayor sea su lamentable estado.

En el sacerdocio, una cosa es el ejercicio del ministerio pastoral y otra el ejercicio del ministerio consagrado. En la Iglesia debemos cuidar de las cosas sagradas, porque es el modo en el que manifestamos nuestro respeto a Dios. Si cuidamos extraordinariamente de lo sagrado manchado, mucho más entenderemos lo sagrado refulgente.

Veo una cierta confusión entre justicia, ministerio consagrado y acogimiento. Parecería que solo palabras como pena y expulsión sean la respuesta adecuada. No lo olvidemos, hay que ayudar al más necesitado. A veces, estas personas son las más necesitadas.

“¡Pero fue por su culpa!”. El hecho de que fuera así no quita que sean los más necesitados, los más enfermos, los más ciegos, los más leprosos.

Siempre concebí esas casas de reclusión sacerdotal como lugares de penitencia. Lugares con apariencia de severo monasterio. Ahora me doy cuenta de que, una vez pagada la pena civil (en una cárcel), la estética puede ser la dicha (monástica), pero el ambiente debe ser de hogar, de familia.

No solo de familia, pues hablamos de almas débiles, sin virtudes; y eso requiere unos superiores con un cierto espíritu militar, y una cierta disciplina de cuartel. Sin ese rigor, la casa caería en las continuas desobediencias y faltas de respeto.

De ahí que esos superiores tengan que alternar y combinar la vara (espiritual) y el abrazo (paternal). Eso implica también la aplicación de castigos. Siendo el mayor castigo la expulsión. Nadie estará allí si no es por su voluntad.

Tendría que haber, sobre todo al principio, en la fundación, una cierta proporción entre derepti y sacerdotes y hermanos que están allí para ayudar. Al principio, hasta crear el ambiente espiritual ideal, los derepti no podrían ser más de una tercera parte.
Con los años, en la medida en que se regeneraran, los veteranos podrían ayudar a los nuevos.

La casa de reclusión tiene que convertirse en un lugar para comprender, un lugar medicinal: el mismo lugar es una medicina para el alma. Un lugar que es su nueva familia. Un “monasterio” donde ejercer su ministerio como consagrado: concelebrando, escuchando confesiones (los que se vea adecuado que pueden hacer tal cosa), realizando otros apostolados sin salir del edificio. Por supuesto, con trabajos manuales: carpintería, horticultura, limpieza, cocinas, etc.

¿Por qué todo esto? Es fácil tratar bien al bueno. No es fácil tratar bien al malo. Si se logra crear una casa así para los derepti, esta se transforma en sermón, en incienso, en todo un símbolo. La cárcel penal frente a la reclusión espiritual. Los muros impuestos de la cárcel, frente a los muros aceptados de este lugar.

La pretensión de la venganza, frente a la conciencia de que cabe un nuevo comienzo. Hasta ahora se piensa que solo cabe la dureza. Que cualquier otra cosa que la dureza es algo malo.

El mal en grado inmenso es un misterio. Esta casa sería un lugar para afrontar ese misterio. Un lugar donde reunir varios abismos.