Hoy he visto las escenas
de la inquisición en Assassin´s Creed. Es imposible aguantar el guion de
esa película y nunca ni siquiera lo he pretendido. Pero sí que vi hace un par
de meses la escenografía del inquisidor y el resto del clero viendo cómo
quemaban a unos herejes.
Por supuesto que la
inquisición de esa película es tan realista como la de la célebre escena de
Monty Python titulada Nobody expects the Spanish Inquisition.
Ahora bien, los aspectos
estéticos de ese falso auto de fe no son despreciables. De hecho, pensaba que
ya me gustaría ver una cátedra para obispo como la que tiene el inquisidor en
esa película: sobria, tremendamente sobria, en estilo castellano medieval, sin
colores, solo del color del roble. No sé quién la ha ideado, pero lo ha hecho
mejor que los que hacen cátedras de verdad para los obispos. En este caso, una
vez más, lamentablemente, la ficción es bastante más bella que la realidad.
¿Por qué? Porque la cátedra
de esa película la han hecho profesionales. Mientras que, en las catedrales, la
decisión última siempre se deja en manos de alguien que estéticamente suele ser
un amateur. Estoy pensando ahora en dos preciosísimas catedrales góticas de
España. Sus dos cátedras les sientan a esos templos como le sentaría un santo
de un retablo ponerle dos pistolas en sus manos.
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Tengo un amigo que
siempre que ve una película, por sistema, se pone del lado de la inquisición. Para
él, un auto de fe siempre tiene mucho más interés estético que cualquier obra
de Warhol o Barceló.
Aunque he intentado corregir
esas ideas suyas repetidas veces, debo reconocer que yo sí que estaría a favor
de un auto de fe en el caso de Barceló y el que le encargó la obra. Y, desde
luego, no mostraría piedad. Le contestaría que iba a mostrar la misma “piedad” que
él tuvo con la Catedral de Mallorca.