Ya lo dije en otro post,
los rostros de las momias de El Fayum me parecen una de las cosas más
fascinantes que se pueden contemplar en un museo. (Aunque mi museo se llama
Google.) Esos ojos que miran desde la época del Imperio Romano, que te miran
como seres vivos, no como líneas en un texto. Los protagonistas impersonales de
la historia allí se vuelven totalmente personales.
En este rostro, podemos percibir
una mirada insegura, casi temerosa. En esta mujer, vemos su dulzura, su
sensibilidad. En este hombre de la barba, percibimos carácter, su capacidad de
ser duro con los demás, pero también veo su virtud de la fortaleza.
En otro rosto, queda
clara una cierta melancolía. En otra momia, creemos ver una juventud un poco
insustancial, sus ojos están tan vacíos como una hoja en blanco, sin escribir todavía,
como alguien que se despierta a la vida.
Esta otra gran señora
muestra un rostro tan neutro como una máscara, y rostro silencioso que no
despierta ningún sentimiento. En este hombre de treinta años, vemos curiosidad,
capacidad parea interesarse por las cosas de la vida; por lo que se ve, murió
joven. Hay un niño que se parece mucho físicamente y psicológicamente a un
primo mío.
Ayer puse el retrato
inacabado de Washington obra de Gilbert Stuart. Ese retrato lo he colocado de
fondo de escritorio. Un retrato es una inmersión en una personalidad, en el
pozo de una psicología, en unos sentimientos. Los retratos de El Fayum tienen
esa virtud, no son pinturas neutrales, penetran en los retratados.
La pintura inacaba de
Washington es un recordatorio para mí de que debo penetrar en la persona de
Pablo. Los hechos no importan tanto. El retrato de una novela va más allá de
los hechos.