Iba yo
paseando con un amigo esta semana y me preguntaba por una persona que no encontraba
director espiritual. Le contesté: En esta ciudad, hay numerosos directores espirituales
y excelentes. Pero, en el sacerdote, ella no busca un director espiritual,
busca un discípulo.
Después
hablamos de lo bueno que sería para esa persona un grupo de oración. Le dije que
estaba de acuerdo, pero que si buscaba un grupo de oración para llegar y
dirigirlo, tampoco lo iba a encontrar.
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Hace unos
años, me insistió en visitarme un señor de Madrid. Le dije que le podía atender
por teléfono. Pero no hubo manera, quería hablar el asunto en persona. Al final
de la misa, me explicó las muchas investigaciones personales que había hecho acerca
de la historia de la Iglesia. Y, en definitiva, que deseaba que yo hablara con
el obispo para le contrataran para dar conferencias en las parroquias.
Pensaréis que
era un profesor de universidad o algo así. Para nada. Era un señor sin carrera
universitaria que había hecho muchas “investigaciones”. Además, me dejó claro que
ese trabajo tan útil para todos tampoco lo iba a desempeñar de forma
gratuita.
Como el señor
había hecho un desplazamiento desde Madrid, por caridad decidí hablarle con
franqueza. Sabía que no lo iba a aceptar, como así fue. Pero, al menos, me
quedé con la tranquilidad de conciencia de haberle hablado de forma trasparente
y cristalina. Eso sí, se lo dije con la mayor caridad que me fue posible. Se lo
dije del modo que la verdad le hiciera el menor daño posible. Se despidió convencido
de que él tenía razón y que la Iglesia, como siempre, no valoraba una gema
cuando la tenía delante.
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Eso lo he
visto a lo largo de los años: algunos sujetos que quieren vivir de la Iglesia.
Otros, aun no
buscando ningún beneficio, tienen una opinión desmedida de sí mismos.
Hay personas
en las que hay un desfase entre la realidad y sus pensamientos. Cuanto mayor
sea el desfase, más fácil es que se produzca un aterrizaje brusco e, incluso,
brutal.
¿Qué pienso
de mí mismo? Pues que el Señor me ha concedido unos lectores en el blog, otro número
de lectores en mis libros y unos millares en mi canal de Youtube. Eso es todo.
Hablo mucho
de los libros, en general, y de mis libros, en particular, porque es mi mundo. Pero
no me las quiero dar de pedante. Hablo de libros, como el agricultor habla de
sus zanahorias y cebollas. Pero no me considero mejor que el ama de casa que cuida
a sus hijitos. Tampoco soy más inteligente que otros que se han dedicado a otro
mundo que no es el intelectual.
Eso sí, tengo
un corazón de oro...
(Esta frase sirve para el final de casi cualquier opinión sobre
cualquier persona.)