He estado
viendo hoy un coloquio sobre la calidad democrática de España, organizado por
la Fundación March. En realidad, ver, lo que se dice ver, no he visto nada;
porque lo he escuchado mientras hacía labores de la casa, sobre todo fregar los
platos, poner orden y limpiar los suelos.
El coloquio
no me ha aportado nada. Una larga lista de lugares comunes.
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Pero, dándole
vueltas al tema, me confirmo en que la democracia lo único para lo que sirve (y
no es poco) es para que haya alternancia en el Poder. Allí acaba todo.
No digo que
la democracia sirve para que los peores no lleguen al Poder; a veces, el Pueblo
se empeña; a menudo, se empeña.
Tampoco digo
que la democracia sirve para que se gobierne para el Pueblo y por el Pueblo. Ni
para ni por. La democracia es un rito: papeletas y urna.
Seamos
realistas, lo único para lo que sirve la democracia es para lograr una
alternancia en el Poder. Otros méritos de la democracia, en realidad, lo son no
del Pueblo ni del “rito urnístico”, sino de un periódico heroico o de un cuerpo
de jueces honestos. Cierto que sin esa alternancia, no sería posible ni lo uno
ni lo otro. En ese sentido, una judicatura independiente o un periodismo libre
son frutos de la democracia. Son fruto de un buen texto constitucional. Pero no
son fruto del Pueblo que, muchas veces, se pone del lado del malo de la
película.
Es verdad, he
hablado antes un poco en hipérbole, que hay unos frutos de la democracia. Pero esos
frutos, en realidad, lo son de la alternancia del Poder. Siento acabar un poco
con la magia y la retórica de la libertad del Pueblo y todo eso.
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Una cosa
añadiría más. Se supone que, en un sistema bipartidista, el odio que generan las
contiendas electorales y postelectorales alcanzará un techo. Pero veo que no:
los partidos siempre pueden crispar más a una sociedad. La crispación social
puede ser el estado permanente de una determinada democracia.
Se precisa de
algún mecanismo que pueda reconducir las cosas porque el Pueblo lejos de
imponer el término medio, lo normal es que sigan como ovejas a los pastores de
la confrontación.
El sistema
actual de la mayoría de las democracias conduce a un proceso de degradación en
el que encontrar consensos cada vez se hace más difícil.
Creo que los
teóricos (provenientes del Derecho Constitucional y de la sociología) deben
esforzarse más en el estudio de la degradación de la democracia y en la
búsqueda de soluciones. Se ha pensado siempre que la degradación venía siempre
de la dictatura en la que podía caer una democracia. Pero la degradación también
puede venir de una crispación sin fin cada vez más amarga que impide llegar a
acuerdos incluso en las materias más razonables.
La idea de un
consejo de “censores” formado por expresidentes funcionaría muy bien en Estados
Unidos, pero muy mal en Italia o España. Se necesita algún tipo de institución
que tienda puentes, que reúna a los contrincantes sin ninguna cámara de
televisión, para buscar acuerdos que el Pueblo necesite.
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Ya fue un gran
avance lo de que los ciudadanos pusieran una papeleta en una urna. Pero se
requiere algo más, alguna institución adicional que modere, que enfríe, que civilice
un poco la contienda política. En teoría, esto debería haber sido el senado en
la mente de los Padres Fundadores de Estados Unidos; en la práctica fue un
Congreso bis. En la práctica (que no en la teoría) esto fue la Cámara de los
Lores en el Reino Unido. Aunque, en ese imperio, reconozco que esa función
unificadora, conciliadora, la ejerció el trono hasta algo entrado el siglo XX.
En fin, son pensamientos
que os los participo. Pensamientos tras haber fregado los platos de mi casa.
También la democracia tiene platos que limpiar.