El comentarista llamado Moisés de la Llave escribía ayer:
Cuando uno es pequeño piensa que
cumpliendo básicamente todas las normas y siendo un buen ciudadano nunca
debería terminar en la cárcel.
Y después argumentaba cómo no es tan imposible acabar allí. Cuánta razón
tiene usted. Y más en España, donde la palabra de una sola mujer con la que se
conviva puede llevarte por malos tratos al calabozo de una comisaría ese mismo
día de la denuncia.
Nos acercamos a una época en la que los regímenes autoritarios, en
distintos países, harán más común el que ciudadanos inocentes acaben entre
rejas.
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Qué triste es para un buen ciudadano que siempre ha obedecido las leyes
acabar condenado por un tribunal. Su sufrimiento es espantoso. El culpable, en
cierto modo, está psicológicamente más preparado. Al inocente se le cae el
mundo encima.
Ahora bien, culpable o inocente, los dos sufren. Hacer de las cárceles
lugares humanos, lugares no solo dignos, sino bellos, debería ser una prioridad.
Hay mucho sufrimiento entre esos muros, insisto: sean culpables o no. “¡Si son
culpables, pues que sufran!” es un pensamiento que los desanima, que los hace
peores.
Si los que salen de allí, salen hundidos, sin esperanza, con el peor concepto
de sí mismos, podemos esperar que caigan en un círculo vicioso que se
interrumpirá solo por posteriores ingresos en prisión.
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Roguemos por los presos. Ayudad a los capellanes de prisiones. Ofreceos aunque
solo sea para hablar con ellos. Hablar con ellos, uno a uno, ya será una medicina.
Los jefes de las cárceles suelen estar más que dispuestos a colaborar con los
voluntarios. De lo que hablaba ayer es de una reforma más general, más
ambiciosa, que depende de los ámbitos ministeriales. Pero los directores de las
prisiones siempre dan facilidades a los capellanes y sus colaboradores. Los pobres
directores de prisiones sí que no suelen tener presupuesto para nada. Una
reforma radical del sistema no suele estar en sus manos.
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En una prisión de Perú, había tanta hambre de escuchar hablar de Dios que todos me atendieron, cuando les hablé, en el patio principal (la asistencia era voluntaria) todo el tiempo de pie y al sol del mediodía. No se les podía pedir más interés. Yo estaba en un pequeño estrado desde donde me escuchaban, con un micrófono. Sufría un poco por la incomodidad, de pie y al sol, pero había tanto interés.
Sí, hay que orar por los presos y hacerles la vida lo más digna que se pueda.
En los países
escandinavos, sí que hay penitenciarias que, sin duda, son las mejores del
mundo. Todo un ejemplo que casi nadie sigue.