Sermones en vídeo

lunes, noviembre 22, 2021

Paseando por aquellas tierras tranquilas y bendecidas de Paraguay


Ayer recibí un precioso correo de alguien al que llamaré Ludovico. Entre otras cosas, para animarme, me escribía lo que pensaba al leer mis novelas. Lo transcribo sin remordimiento porque estos ejercicios de autocomplacencia me producen endorfinas:

Cómo olvidar el Pablo anacoreta, o el Pablo que se encuentra con Caifás, o el que vuelve al templo después de su conversión. Cómo olvidar a su inefable don Argemiro de Las Corrientes que riegan los Cielos, o a Tutmosis III levantándose por la mañana. Cómo olvidar la (...) Historia del Mundo Angélico (...). Cómo olvidar el tremendo Franco que escribió en La Tempestad de Dios.

El correo de este tal Ludovico me transfundió consolación. Es verdad que físicamente llevo una vida muy anclada a mi escritorio. Pero también es cierto que he sido testigo de las desventuras del Apocalipsis, he paseado sin prisa por un verdadero palacio faraónico, he visitado el mundo angélico tal como pudo salir de las Manos Divinas. He recorrido mundos imposibles como Libro Cuadrado y masivos laberintos catedralicios que se despliegan en los cuatro ensayos a los que dio inicio La Catedral de San Abán.

He viajado, pero no en el sentido habitual, sino con la mente. Mi vida ha sido variada, pero en el campo no material. En lo material tengo una cierta vocación de ostra pegada a la roca. Todos los lectores de todas partes han podido hacer lo mismo que yo. Leer es, entre otras cosas, viajar.

Incluso diré que para viajar mejor, aprovechando más, lo mejor es haber viajado con la lectura. Los libros de viajeros enseñan a cómo viajar.

Ahora mi mayor preocupación es encontrar una editorial de tamaño medio para mi nueva novela sobre la Edad Media, no puedo decir nada más sobre la obra. (Tras la parte de la autocomplacencia, viene la parte de la súplica.) Pero no es fácil, hoy día, hacer que un libro surja en las librerías, nada fácil. No os oculto que un libro se publica solo por contactos y nada más que por contactos. (Súplica y lástima.) Ciertas posiciones sociales facilitan todo.

Por ejemplo, si la reina de Inglaterra hubiera escrito mis diez libros sobre el demonio, hubiera cambiado completamente la forma de pensar sobre el tema. O si Merkel hubiera escrito mi Paulus, lo hubieran leído hasta los líderes españoles de izquierdas. Hasta en la cúpula de Podemos, por mera curiosidad, hubiera sido de lectura habitual.