lunes, enero 10, 2022

Crónicas omicronianas: floto tras lo peor de la tempestad

 

Mi temperatura, a la 1:00 de la tarde, volvía a ser la normal en mí: 35,6º. Sí, ya sé que es muy baja, pero es la habitual en mi cuerpo. Y al levantarme por la mañana todavía más baja. A las 18:30 la temperatura ya era un grado superior. Señal de que algo de infección todavía queda. Todavía hay grupos bioanarquistas haciendo barricadas en mis venas.

Sigo sin apetito, como poquísimo. La diarrea sigue. La garganta muy mejorada. Solo tuve dolor de cabeza un día. Una señora polaca me regaló unos sobres de sopa de caldo de ave que me están deliciosos, son lo único que deseo tomar. Eso y un poco de fruta. 85,8 kg. es mi peso actual. Lejos de los 89 kg. que llegué a pesar en el entorno de las navidades.

Tomo un rato el sol sentado junto a la ventana de mi dormitorio. Me saco la camisa y leo un rato con un sombrero en la cabeza. Siempre dudo si unos 20 minutos serán suficientes para recargar mi cuerpo con vitamina D. También hago ejercicio, aprovecho para andar por la casa en cada llamada de teléfono. Aunque ha habido días en que solo quería dormir y no hablar por teléfono.

Tengo la sensación de que lo peor de esta infección fue hace tres días, cuando tuve dos grados de fiebre.

La idea de que mi cuerpo está como las calles de Kazajistán tiene su poesía. A mis fagocitos no les he dicho que dispersen toda manifestación vírica, simplemente les he dado una consigna: “¡Devoradlos!”.