Ahora mismo España vive una de las
más grandes conmociones políticas de los últimos diez años: el enfrentamiento
abierto y total entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y la cúpula de su
partido a nivel nacional. ¿Deben los clérigos dar su opinión sobre el tema? La
respuesta es no.
Este tema me sirve para recordar
unas cosas muy simples sobre los sacerdotes y la política. Pongamos dos ejemplos
claros:
Cuando en el PSOE se
debatió si el líder del partido debía ser Bono o Sánchez, ese es un asunto sobre
un campo contingente en el que la jerarquía de la Iglesia nada tiene que decir.
Cuando se debate si
aprobar una ley que restringirá la independencia del poder judicial, ese sí que
es un tema sobre el que un sacerdote puede lícitamente guiar a sus fieles.
Otros dos ejemplos también muy
nítidos:
Cuando se debate si un
puente o una carretera se ha de construir en tal sitio o en otro, ese es un
tema sobre el que los curas no debemos intervenir.
Cuando se debatió si
aprobar el transvase de agua del Ebro a Murcia, ese era un tema sobre el que sí
que se podía intervenir por parte de algún sacerdote; y un obispo, de hecho, lo
hizo. Porque el trasvase solo era del agua sobrante que de otra manera iba al
mar. La oposición a ese proyecto tan racional se debía a razones meramente de
conveniencia electoral. Todos los expertos estaban de acuerdo. La oposición se
debió solo al deseo de obtener un rédito en votos.
Como se observa, hay temas que no
admiten duda alguna. Hay temas sobre los que los curas podemos guiar a los
fieles, y otros temas sobre los que nos debemos abstener porque nos
entrometeríamos en campos de la libre autonomía de los laicos.
En general, mientras no haya una
intersección de campos (lo moral y lo político), los curas no debemos hablar de
política. Mejor ni siquiera en privado. La política divide. El pastor deja de
ser visto como un padre de todos. Nuestras preocupaciones deben estar en las
cosas de Dios. El cura al que le gusta la política siempre encontrará una buena
excusa para meter baza en ese campo que no es el suyo. Por eso nuestro criterio
es restrictivo.
Aun así, se le puede permitir
mostrar su opinión sobre los asuntos siempre que sea en el campo de la más
estricta intimidad: una cena en el hogar, con la propia familia; una conversación
con amigos de la más total confianza; un paseo con una sola persona que insiste
en conocer su parecer sobre una cuestión pública.
Pero, en general, siempre es mejor
pasarse de estricto en esto que hablar con soltura y desparpajo de temas
políticos. En mi caso no hablo de política ni con mi madre. Comemos el almuerzo
viendo las noticias. Ante tal o cual noticia mi madre hace algún comentario,
también su marido. Sería natural que yo añadiera algo. Pero no, ya son muchos
años de costumbre. En materia de política sigo tomando mi sopa sin añadir nada.
Y si alguno de los dos me tira de la lengua, me limito a decir: “Pásame el pan”.