jueves, febrero 24, 2022

Y Putin tomó una piedra y golpeó la cabeza de su hermano hasta matarlo

 

Las líneas en color granate son las del capítulo 4 del Génesis. Las líneas en negro son mi glosa.

Caín, dijo a su hermano Abel: «Vamos afuera.» Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.

Así ahora Putin ha alzado su mano contra Abel.

El Señor dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?»

Lo hemos visto en el jefe de Estado de Yugoslavia, lo hemos visto en los militares represores de Argentina o Chile: cuando un día se sientan ante un tribunal y se les pregunta, no saben nada. No saben dónde está su hermano. Tienen su sangre en las manos, pero insisten en que no lo conocen.

Replicó el Señor: «¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo.

No importa lo oculto que se haga todo, no importa el tiempo que pase. La sangre del inocente siempre clama. Llama a los hombres pidiendo justicia; pero, sobre todo, llama a Dios. Es cierto que solo la justicia del más allá es perfecta, mas vemos que aquí en la tierra los Caínes suelen recibir justicia. Aquí o después Putin será juzgado.

Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra.»

Putin está maldito. Hace mucho que sus manos estaban manchadas de sangre. Su largo principado sobre Rusia no trajo la bendición, sino la pobreza. Su tierra no daba fruto. Sus pensamientos vagan errantes en los páramos de su alma. Solo había que mirarle a su cara para ver lo triste que siempre estaba. Es un hombre marchito que extiende la tristeza a su alrededor.

Entonces dijo Caín al Señor: «Mi culpa es demasiado grande para soportarla.

Detrás de ese rostro de matón, tiempo hubo en el que el alma de Putin se abrumó ante el peso de su culpa. Pero el tiempo pasó dejó de escuchar a su conciencia, a su ángel, al Padre Celestial que le llamó. También él fue llamado, desde lo alto, como el primer Caín.

Ahora ya está insensible. No es la paz, sino la muerte del alma. Su rostro habla. Sus ojos son los del que tiene la paz del muerto espiritual.

Lo terrible es que lejos de acudir a la presencia del Señor, el Único que podría aliviarle, se tiene que esconder: es el Padre de aquel al que ha matado.

Y Putin le dijo. Se lo dijo no en su presencia, pero sabía que le escuchaba:

Hoy me echas de este suelo y he de esconderme de tu presencia, convertido en vagabundo errante por la tierra, y cualquiera que me encuentre me matará.»

El que ha hecho la guerra sabe que, además de vagar inconsolable en los páramos de su propio espíritu, como un prisionero, podrá encontrar la muerte en cualquier pasillo, en cualquier cena, cualquier noche. La muerte puede tener el rostro de cualquiera de sus protectores.

Respondiole el Señor: «Al contrario, quienquiera que matare a Caín, lo pagará siete veces.» Y el Señor puso una señal a Caín para que nadie que le encontrase le atacara.

La marca ya estaba sobre su frente. Lleva haciendo visitas oficiales desde hace años con esa marca. Besa iconos y se santigua, pero la marca está allí. Ha habido temporadas en que los gritos de su propia alma habrán sido brutales. Pero está condenado a seguir viviendo. Condenado a andar sobre la tierra como un muerto viviente. Después a comparecer ante el Padre de los que ha asesinado.

Caín salió de la presencia del Señor.