Cuando he oído que el gobierno pedía
que no se acapararan productos alimenticios, ha sido la señal inequívoca de que
debía ir, cuanto antes, al supermercado a por comida. Es como cuando un banco
avisa de que no hay ningún problema con los pagos en efectivo en la ventanilla:
esa es la señal de que hay a toda prisa a sacar el efectivo.
Ya no quedaba leche, salvo leche de
soja. En este tipo de situaciones es cuando se comprueba quién es quién en el
mundo de la leche. Hoy he visto que la leche de soja es la solterona aburrida que
espera sentada en el baile de la plaza.
Por supuesto que siguiendo el
consejo del gobierno, solo que a la inversa, he arramplado con toda la comida que
me ha cabido en el carro. Ahora no me van a faltar cereales para el desayuno,
aunque sufriéramos un asedio medieval inmisericorde. Los cereales es algo que
no me importa comer en el almuerzo y en la cena, además hay de tantas clases, y
las cajas son tan alegres: una rana, un ave colorida, unos duendecillos, un
tigre. Viendo la caja, parece que hayan envasado alegría. Nunca me he cansado
de comer cereales. Los que más como son los copos de maíz; por no engordar,
porque no tienen azúcar. Si esos no me han cansado al cabo de tantos años, con
su sabor neutro, es que ya ninguno de los cereales me puede cansar.
Siempre desayuno alguna fruta, hasta
ahora mandarinas; ahora viene la época de las fresas. Después mis cereales, con
kéfir que me hago yo. Y acabo con un poco de chocolate; a veces no es tan poco.
En Moscú deberían sacar al mercado unos
cereales con la cara de Putín, los Kremlin Flakes.