Hablando de las ceremonias de ayer
en el post (las que describo en mis libros), como dijo cierto comentarista, es
hora de pasar a las “grandes superproducciones”. Es hora de pensar en el
Vaticano de un modo más auténticamente global, es decir, que sus liturgias deben
estar pensadas para los millones de personas que las verán en Internet, frente
a unos cuantos miles presencialmente.
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Las “locuras” pueden parecer
irrealizables hasta que alguien las pone en práctica. Por ejemplo, en 1938 se
levantó un monasterio-museo en Nueva York, llamado The Cloisters, pagado por
Rockefeller para albergar una bellísima colección de arte medieval europeo. Sin
duda esa obra arquitectónica fue uno de los más bellos monasterios que se
construyeron en el siglo XX. Todo en ese monasterio es perfecto. Ya me gustaría
que las iglesias que se construyen en cualquier diócesis, hoy día, fueran la
mitad de bonitas que el templo de ese museo. Por supuesto que no cuento ni el
claustro ni tantísimas dependencias de ese impresionante lugar. En estos dos
links podéis echarle una hojeada:
https://en.wikipedia.org/wiki/The_Cloisters
¿Adónde quiero ir con esto? Muchas
veces se piensa que la excelencia es imposible hoy día. Y la respuesta
verdadera (que no se puede decir) es: “Si es usted el que idea todo, por
supuesto que no. Carece de la formación, cualidades y gusto para llevarla a
cabo”.
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La liturgia, la arquitectura y mil
pequeños detalles alrededor de ellas dos (calices, ornamentos, crucifijos,
iluminación) deben ser llevadas a un nuevo nivel; a un nivel cinematográfico, creando
coreografías pictóricas. A un nivel cualitativamente superior, impensable para
un sumo pontífice del siglo XVIII. Aunque la mentalidad de muchos de esos hombres
sí que era la correcta porque hicieron todo lo que estuvo en su mano, todo lo
que pudieron con sus medios, en esta dirección. Pero esos sumos pontífices no
podían pensar en actos que fueran más allá de las dos mil personas que podían
tener delante.