sábado, abril 02, 2022

¿Cuántas páginas?

 

Hoy, mientras estaba en el baño, pensaba en la gran cantidad de sugerencias que he dado a la Iglesia y a mi iglesia particular.

—sugerencias para la revitalización de cabildo de la catedral de mi diócesis

—para una renovación estética del sagrario de la catedral

—para mejorar el acceso de los turistas a la Basílica de San Pedro del Vaticano sin que haya filas de espera, y toda una reforma de la organización para convertirlo en un lugar de oración y visitas a la vez

—reformas en los criterios para elegir a los obispos

—revitalización de la función de los arzobispos

—cambios en la composición del colegio cardenalicio

—planes arquitectónicos para catedrales, para un edificio de la Curia Romana y otros edificios eclesiásticos

—la creación de casas de reclusión eclesiástica

—la reforma de los procesos matrimoniales canónicos (escrito inédito)

—cambios en la función de los arciprestes

—varias sugerencias de tipo litúrgico recogidas unas en mi obra Sacras ceremonias mitradas, y otras en obras como La Catedral de San Abán.

Creo que la lista es completa. ¡Madre mía!, la cantidad de sugerencias que he dado a lo largo de mi vida. Eso sí, con una sonrisa en la boca reconozco que no he logrado que se lleve a cabo ni una sola de ellas. 

Pensaréis que no he luchado por alguna de ellas. Pues no es así. En algunas de ellas, las más fáciles de conseguir, sí que me he empeñado. Por ejemplo, llegué a hablar con el laico encargado de la vialidad del Vaticano. Le di explicaciones en su despacho, le hice dibujos.

A estas alturas Athanasius Kircher es mi santo patrón. Patrón de los que dejamos como herencia no un libro, sino una catedral de escritos que parece más un lugar de paseo con estética de Piranesi. De hecho, a mis más entusiastas lectores les puedo pedir muchas cosas, pero no que lean la obra integral. No conozco ni a una sola persona que lo haya hecho, ni siquiera al más enloquecido de mis admiradores. Y eso que mi obra integral parece hecha a medida para los más enloquecidos lectores que pueda contar autor alguno. Pero las dimensiones de mi obra vencen cualquier obsesión por tenaz que sea. He vencido como Rusia a Napoleón. En mi obra el espacio vence al tiempo. Cualquier lector-napoleónico será vencido, derrotado y hasta humillado por las dimensiones de las estepas literarias. “Ja, ja. ¡Solo has leído mis obras sobre demonología!”.

Este post no es de soberbia. Me parece que es lo más parecido a una autojustificación de mi subconsciente.

Con toda sinceridad, siendo yo bastante cruel crítico de mí mismo, creo que ha valido la pena. Ha valido la pena sacar de la nada todas esas llanuras y algunas montañas literarias (Cuando amanezca la ira, Las leyes del infierno...), aunque la mayor parte de ellas sigan inexploradas, conocidas por pocos.

Todo el mundo leyó El Caballo de Troya, o Nada de Laforet o tantos otros... Más veces he hablado de que sin llegar a una masa crítica, los libros... desaparecen. A pesar de todo, valió la pena.

Pocos acompañaron a Tutmosis en su camino hacia las tierras del Delta en mis páginas, pocos acompañaron a don Argemiro camino hacia Cataluña, pocos contemplaron las cascadas trinitarias de mis escritos de teología, pocos vieron la coronación papal de mi Neovaticano, pocos llegaron al final de mi Libro cuadrado.

Pero siendo estricto, nada amable, casi cruel, sí, valió la pena. No perseguí un espejismo al extender esas regiones de palabras. Mi parte la he cumplido. Ahora, ya, puedo resbalarme en la bañera con tranquilidad.

Otros autores seguro que en su lecho de muerte se lamentan de no haberse podido despedir. Yo me llevo despidiendo no menos de un lustro.