jueves, mayo 26, 2022

Hablábamos de la tiara y es que hay joyas espectaculares

 

Ayer hice un movimiento inusual, fui a recoger una cosa situada baja y me incliné ladeado. Se trataba de algo que no pesaba nada, pero el giro del cuerpo fue poco ordinario. Al momento sentí un dolor fortísimo en mi hernia discal.

No me había dolido nada en muchos años. Alguna molestia lumbar si levantaba un peso, pero no pasaba de ser una molestia de unos pocos días.

Sin embargo, esta vez, repentinamente, me encontré con un dolor que fue creciendo en las horas siguientes, a pesar del reposo al que me vi obligado. Y es que hacer el trayecto hasta el aseo estaba al límite de mis posibilidades.

No exagero. Si la vértebra hubiera presionado más el nervio (o la médula) ya no me habría sido posible ni dar un paso. Hubo unas horas de la noche en las que un empeoramiento habría sido la diferencia entre poder andar o no poder hacerlo ni con el mayor de los esfuerzos.

Alguien puede pensar que es una cuestión de mero dolor y que, al final, uno puede hacer un esfuerzo último. Pero el dolor se producía por una presión en el nervio (o en la médula) y al ponerme en pie algo sucedía en mi columna, algo notaba que estaba en el límite. Ni la lentitud de cada movimiento ni apoyarme en los marcos de las puertas ayudaba casi nada.

En la fase aguda anterior que sufrí hace más de diez años, el dolor era insoportable en cualquier posición en la que me sentara, las probé todas. El dolor seguía igual en cualquier posición sobre la cama. La noche pasada, sin embargo, tumbado boca arriba sí que sentía una tregua y pude dormir cuatro horas.

Os pido una oración a todos los que me leéis. He hablado con mucha dureza contra la guerra en días pasados. Pero es que esto que sufro lo sufren otros, soldados y civiles, solo que con una intensidad doble, triple o diez veces superior. Y ese sufrimiento vehemente, invalidante, como un perro que no deja de morderte, se puede multiplicar por miles de sujetos. La experiencia del dolor físico intenso... Sí, la guerra no son los cuadros ni los discursos, ni toda esa escenografía peliculera, sino ese ser humano que sufre de modo acerbo en una cama, las secuelas que le quedarán toda la vida.

El dolor físico del prójimo, nunca me lo he tomado a la ligera. Ahora me toca sufrir un poco.