Hoy he quedado a almorzar
con un antiguo compañero de Derecho Canónico del curso 2001-2002. Ha corrido mucha
agua bajo el puente desde entonces. Después de la comida hemos ido a pasear al
claustro del Museo Arqueológico. Un lugar inmejorable para una larga caminata.
Fuera hacía un sol implacable, pero dentro del claustro cerrado se estaba
fresco. Me imaginaba lo que debió ser ese gran claustro lleno de monjas.
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Un amigo de Barcelona me
ha dicho que ha comprado mi novela y me ha enviado una foto. Le he preguntado
si el par de zapatos que aparecen junto al libro venían de regalo. A este amigo
y a su mejor amiga les tengo inmenso cariño. ¿Les gustará esta obra? Les tengo cariño, su opinión me importa.
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Mientras escribo estas líneas escucho la banda sonora de Sleepy Hollow. Una música formidable, magistral.
https://www.youtube.com/watch?v=nPQnRXdgPV4&list=PLCC9CFC7C6FA75A33&index=2
Cuando hace veinte años compré el CD, no me imaginaba que durante mi
vida todas las músicas estarían disponibles en mi casa con solo tocar unos
botones y mover el cursor. Y algo tan sorprendente ha sucedido en el plazo de
mi vida. La vida nos puede sorprender. Aunque las sorpresas buenas no las
valoramos mucho.
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Me acuerdo que quedé para
ver esta película con un sacerdote de mi diócesis: no me gustó. La película me
defraudó. Me pareció que la historia que contaba era muy simplona. Qué equivocado
estaba, ahora pienso que el guion es impresionantemente profundo. En ese
momento dejé de captar infinidad de detalles de la historia. ¿Cuántas cosas, en el presente, dejaré de captar sin darme cuenta?