La foto es de la
Constitución de Cádiz de 1812. ♣ La idea de que las constituciones deben adaptarse
a cada pueblo se basa en una concepción no voy a decir decimonónica porque, en
realidad, es incluso mucho más anterior.
Si un pueblo todavía no
se ha bajado del caballo y planta sus tiendas en mitad de la estepa, entonces
tal vez ni siquiera está preparado para la democracia. Pero en el siglo XXI
hasta el Estado de Mongolia está regido por una élite urbana.
Se habla mucho de
adaptación de la constitución al carácter e historia de cada nación. Pero lo
que tiene que hacer la constitución es encadenar al
Poder Ejecutivo y habilitar una efectiva división
de los tres poderes. Lo demás es pura poesía.
Los ciudadanos de Chile y
los de Sudáfrica y los de Japón lo que necesitan (aunque ellos no lo sepan) son
esas férreas cadenas y esa noble división. Pueden hacer larguísimas listas de
derechos, pueden multiplicar los consejos, asambleas e instituciones
constitucionales; pero o tienen esas dos cosas (las cadenas y la división) o no
las tienen.
Si yo quiero ser
dictador, lo mejor es una carta magna lo más enrevesada posible. Las largas
listas de derechos siempre me han parecido que están fuera de lugar en un texto
que es legal. Algunas constituciones están a medio camino entre el discurso y
el sermón. Derecho a la felicidad, derecho a la vivienda, derecho al trabajo,
derecho a la igualdad, derecho a la integridad física. Podemos hacer una lista
de doscientos derechos que si no hay división de poderes, el legislador redefinirá
cada derecho. Y cada derecho será lo que el legislador diga.
Una constitución cuanto
más clara, precisa y sencilla sea, mucho mejor.
En cuanto un partido
tenga mayoría suficiente para cambiar todas las leyes, incluso las orgánicas,
me da lo mismo si es un partido de derechas o de izquierdas, si su jefe es cristiano
o un gran intelectual: la tendencia será a perpetuarse en el poder cambiando
las reglas del juego cada vez con mayor desvergüenza. En cuanto al Poder no me
fio ni de san Francisco de Asís.
Por eso la conveniencia
de tener una constitución ideal standard. Un
texto público, consensuado por los más sabios de otro país, y con el que se
pueda comparar cualquier nueva constitución que se le ocurra al mandatario que
sea.
Además, esa constitución
ideal debería tener el texto y la glosa del porqué de cada artículo y de los vicios
que se deben evitar en cada artículo. Así el texto podría avergonzar a cada
dirigente que quisiera aprobar lo que la constitución ideal en sus glosas
advierte que es una trampilla para colarse.
Frente a la nitidez que
impone la racionalidad, un futuro dictador siempre querrá que se otorgue voz ¡y
voto! a los jefes de las tribus de su país, a los jefes de los clanes, a los
representantes de las minorías y a todo el mundo. ¿Por qué? Porque la democracia
se basa en la igualdad de los ciudadanos: un hombre, un voto. Con los que hay
que hablar es con los representantes del Pueblo, no con los representantes de grupos,
subgrupos y entidades artificiales que sirven de hojarasca para ocultar las verdaderas
razones del futuro dictador.
Por todo esto, doy mi
pésame a Chile y a El Salvador. Una chapuza de carta magna es la semilla de grandes
opresiones para los ciudadanos.
Ayer dije que lo ideal
sería una constitución redactada por catedráticos escandinavos. Con ello lo que
quería decir es que una constitución ideal standard debe hacerse por individuos
que no tengan ninguna conexión con los intereses particulares de los partidos
políticos del país donde se vaya a aplicar. Individuos neutrales que hagan un gran
esfuerzo racional. Y esa constitución debe redactarse en frío, es decir, cuando
todavía no existe una asamblea constituyente. La redacción en caliente implica necesariamente
presiones. Un protocolo de evacuación de un edificio hay que redactarlo
cuando no hay ningún incendio.
Los políticos dirán: “Es
que esos no nos entienden”. En realidad, lo único que hay que comprender bien
es la capacidad que tiene un partido político para convertirse en un club de
intereses propios. Lo único que hay que entender bien es la naturaleza del
Poder.
Pero los políticos
patrios (de todos los países) siempre dirán: “¿Cómo vais a preferir unas reglas
del juego hechas, allí lejos, por individuos sabios y neutrales cuando podemos redactaros
las reglas nosotros aquí, los que os hemos llevado a la pobreza desde hace cuarenta
años?”.
Lo que sí que es verdad
es que el político inepto y deshonesto es un producto enteramente patrio en
cada parte del mundo.