Una corona, un cetro, un
orbe son objetos neutrales, símbolos de soberanía. Nadie tiene que sentirse
ofendido por lo que expresan: un hecho, la soberanía.
Ahora bien, la espada de
Bolivar, en concreto, se manchó con la sangre de los españoles. En una
democracia se puede defender que aquel alzamiento no fue moralmente lícito. A
ver si en un régimen de libertad de expresión no puede haber libertad para
defender una cuestión histórica como esa. ¿No hay libertad parea argumentar que
no había razones suficientes de opresión como para pagar un precio en sangre
por lograr una supuesta libertad? ¿No hay verdaderas razones para defender la
postura de que mantener la unión imperial era un beneficio para todos? Esa postura
está salvaguardada por la libertad de la constitución de Colombia, sin ninguna
duda.
Desde una visión
cristiana, la guerra no es un medio más que se puede usar por razones
opinables. Es solo el recurso último que solo se puede usar ante opresiones objetivas
y que estén fuera de toda duda y, sobre todo, gravísimas. Pues el derramamiento
de sangre es algo tan grave que solo se puede usar como medio ante un mal peor
que ese derramamiento de sangre.
No, esa espada no es algo
neutral. Puede ofender a aquellos que tienen todo el derecho a pensar de otra
manera. La independencia y soberanía de Colombia es un hecho. Pero qué se deba
pensar de los sucesos acaecidos en el siglo XIX es algo opinable. Las instituciones
colombianas mantienen la soberanía, pero no deben imponer su verdad sobre una cuestión
histórica.
Durante la ceremonia, nuestro rey hizo lo
correcto al no levantarse al paso de ese instrumento de muerte usado, hace
siglos, contra sus compatriotas. Pero si, encima, el presidente pide que
aparezca en su toma de posesión, él, que estuvo manchado con la sangre de
inocentes en su etapa de guerrillero, entonces es un acto de descaro.
Señor presidente Petro,
de todos los símbolos que podía haber escogido para el comienzo de su mandato
ha escogido el peor, el menos adecuado. Muy mal empezamos dando a entender que
no se arrepiente de su etapa como asesino. Cierto, de entre todos los símbolos
de la nación ha optado por escoger la espada.
Si yo hubiera sido usted,
hubiera insistido en la unidad, en la armonía, en que voy a ser presidente de
todos los colombianos. ¿Y qué hace usted? Tener a su lado una espada.
Menos mal que no le dio
por enarbolarla. Menos mal que no se ocurrió levantarla y moverla en el aire
como Johnny Depp, creyéndose a bordo de La Perla Negra en versión bogoteña.
Menos mal que no le dio por decapitar tres o cuatro muñecos rellenos de paja,
colocados allí para completar el espectáculo presidencial. Mejor decapitar unos
muñecos que correr con la espada detrás del rey de España, queriéndolo trinchar
como a un pato.
Dado todo su historial,
dado que ha dejado clara su admiración por Hugo Chávez, ¿por qué será que albergo
un cierto temor de que al final de su mandato le entren ganas de cambiar la
constitución? No sé, lo de la espada no acaba de tranquilizarme. Lo de la
espada en alguien con un historial como el suyo… no, no acaba de tranquilizarme.