Creo en el poder de la
bendición sobre los objetos. Cuando el sacerdote bendice, algo viene del cielo,
desde Dios, hasta ese objeto. El anillo de un obispo, después de ser bendecido,
pasa a tener un algo. Ese algo no es material, es una sacralidad que se
une a esa materia.
El anillo de un obispo debería
ser bendecido cuidadosamente. Nada impide que el obispo se lo dé a un sacerdote
para que lo bendiga no solo con las oraciones del ritual, sino con más
bendiciones; incluso que haga alguna bendición durante varios días. A mi
entender, nada impide que el sacerdote derrame unas gotas de santo crisma sobre
él, o que enteramente lo recubra con ese aceite consagrado.
Un bonito anillo suele
ser un símbolo muy bello del poder y la autoridad episcopal. Yo aconsejaría que
cada anillo nuevo se entregara a un santo sacerdote, uno de los mejores de la
diócesis, para que lo tuviera en su poder una semana, y cada día hiciera alguna
breve oración sobre él. Para que todos los fieles al verlo sintieran la
grandeza de ese rango episcopal.
Los anillos que suelen
llevar los obispos todos son muy bonitos, todos. Todavía no he visto un anillo
feo. Unos son más sencillos; otros, más elaborados; unos, metálicos; otros con
una piedra; pero todos muy dignos. Lo mismo digo de las cruces pectorales. Todavía
no he visto a un obispo con una cruz fea.
Cada nuevo anillo
episcopal yo se lo entregaría a un convento de religiosas para que lo tuvieran
una semana. Que lo llevara, colgado del cuello, debajo del hábito, un día cada
religiosa. Que lo besara, que lo tocara. Y eso con la intención de que esas almas
santas enriquecieran con su contacto esa insignia episcopal. A las religiosas
no les doy la mano salvo que ellas me alarguen la suya. Sigo la norma de que a
las religiosas debo saludarles con la cabeza, pero estoy seguro de que sus
manos desprenden la santidad de sus almas. Una esposa de Cristo, llena del Espíritu
Santo, desprende un algo de ella misma, sin pretenderlo.
Una es la bendición del
sacerdote con su poder del sacramento, y otra cosa distinta es el efluvio de
santidad que una religiosa derrama sin ella saberlo.
Un anillo que sea muy
bello y muy bendecido debería quedar en poder de la diócesis para que pasara a
su sucesor, y así siglo tras siglo. Unos anillos más sencillos para llevarlos ordinariamente.
Otros, preciosos, para ser llevados durante la liturgia.