Ahora que ya ha cambiado
el tiempo, ahora que los días son menos calurosos, y el tiempo se convierte en
una cuesta inclinada hacia el frío, uno siente cierta nostalgia del verano.
El verano como el tiempo
de la vida, de los chapuzones en el río, de las excursiones, las hamacas
orientadas hacia el firmamento estrellado. Hace muchos años que mis veranos no
son así, pero esa estación ha quedado ya unida a esas impresiones, a esas
imágenes.
A mi edad, el estío es
solo un tiempo de calor agobiante. Y, no obstante, en septiembre siento una
cierta nostalgia, como de un tren que ha pasado, como de un tiempo no bien
aprovechado pero que se me ofreció.
Pero en todo esto hay más
de poesía, de imágenes, de recuerdos escogidos, que de realidad. De este verano
me viene a la mente, ahora, la memoria de mi lectura fascinada de La Regenta,
la visita a los talleres de restauración de El Prado, un baño en una piscina
con tres amigos magníficos conversadores, tras la que siguió una barbacoa; una
comida con una familia, tras la cual nos fuimos a visitar la Casa-Museo de Lope
de Vega.