Este es un blog que
positivamente trata de no hablar de cuestiones políticas incluso aunque tengan
derivaciones morales. Para eso hay muchas otras publicaciones que ya se
encargan de ello y lo hacen muy bien.
Ahora bien, finalmente,
sí que he optado por ofrecer algunas consideraciones al hecho de que el
presidente Sánchez haya presentado al congreso una propuesta de ley en la que
se elimina el delito de sedición. Hoy que es el Día de la Constitución se
presta a tratar este tema.
Primero:
Ya expresé con claridad mi juicio moral acerca del supuesto derecho a la
sedición dentro de un Estado. No existe tal derecho. No hace falta que los
repita. Tampoco hace falta explicar las consecuencias
de tipo moral que conlleva responder de un modo o de otro a la cuestión de la licitud o no de la declaración unilateral
de independencia.
Segundo:
Si un Estado reconociera en su ordenamiento jurídico la posibilidad de la
independencia de parte de su territorio siguiendo una serie de condiciones
legales, yo sostengo que tal ley es contraria al óptimo orden que marca la
razón. Ahora bien, si la independencia de un territorio se produce de acuerdo a
la ley del Estado, yo aceptaré ese hecho. Una
cosa es el orden óptimo racional del cual el ordenamiento jurídico debería ser
expresión; y otra es que los ciudadanos aceptamos la legislación existente
incluso cuando esta no es perfecta expresión de la
racionalidad.
Tercero:
Pero lo que no tiene ningún sentido, jamás de los jamases, es eliminar el
delito de sedición. Eso no entra en cabeza alguna. Se puede discutir si la
legislación puede admitir que se dé un referéndum de independencia, que se
sigan unos pasos establecidos (dentro de la ley) para proceder a la
independencia, etc. Pero lo que no tiene sentido alguno
es que deje de ser delito el que una autoridad del territorio del Estado, sea
cual sea esa autoridad, no responda por sus actos contra la ley que organiza el
ejercicio del poder dentro de la nación.
Eso, evidentemente, no
tiene ninguna racionalidad, ninguna.
Esta es una decisión que
puede llevar a graves desórdenes con graves
consecuencias, después vienen los ayes. Los errores graves en las columnas
del Derecho, con el paso del tiempo, suelen provocar entierros.
Se puede discutir
civilizadamente si existe derecho a la independencia dentro de un sistema
constitucional. Hay ciudadanos a favor de esa opción que son respetables y honorables.
Se puede discutir. ¡Lo que no se puede discutir es si
deja de estar penada la rebelión en el ejercicio del poder! ¿En qué
cabeza cabe tal despropósito? Me pueden multar por quebrantar el Código de
Circulación ¿y no me pueden sancionar por rebelarme ejerciendo la autoridad?
Los fautores del proyecto de ley alegarán que sigue existiendo el delito de
desórdenes públicos. Pero, señor mío, no es lo mismo el desorden público que la
rebelión desde el ejercicio del poder. Entre otras cosas, porque la autoridad
se puede cuidar muy mucho de quedarse siempre detrás de la línea penal que
tipifica los desórdenes, por más que esa misma autoridad sea la verdadera causa
por acción u omisión de esos desórdenes. En ese caso, ¿qué tendrá que hacer la
autoridad superior central? ¿Mover la mano, repitiendo: “Qué malo eres”? ¿Mover
la mano, amonestadoramente, mientras la policía autonómica se inhibe de actuar
frente a los asaltos a las comisarías de la policía nacional, por poner un
ejemplo?
Este vacío legal es campo abonado para la creación de disturbios en los que con toda facilidad habrá muertos. Es la ley la que mantiene el orden. El orden no crece en los árboles. Algunos creen que el orden es algo espontáneo y natural como la llegada de la primavera. ¡Nada de eso! ¡Es la ley!
La ley son cadenas, las prisiones, las armas. La ley es la capacidad
del poder para usar de la fuerza necesaria para mantener el orden. Y, por supuesto, para usar con toda licitud la fuerza
necesaria; de lo contrario el precio final del orden será mucho mayor. Cuando no
se aplica la fuerza necesaria, después restablecer el orden conlleva más
sufrimiento, más lágrimas… más sangre.
¿Qué juicio moral me
merece el presidente de una nación que toma decisiones que pueden llevar a
profundos desórdenes con graves consecuencias, es decir, sangre derramada? Creo
que ofenderé la inteligencia de mis lectores si tengo que decirlo. Que cada uno
saque sus consecuencias.