martes, diciembre 06, 2022

Hoy es el Día de la Constitución: el Derecho como expresión del orden y como guardián del orden

 

Este es un blog que positivamente trata de no hablar de cuestiones políticas incluso aunque tengan derivaciones morales. Para eso hay muchas otras publicaciones que ya se encargan de ello y lo hacen muy bien.

Ahora bien, finalmente, sí que he optado por ofrecer algunas consideraciones al hecho de que el presidente Sánchez haya presentado al congreso una propuesta de ley en la que se elimina el delito de sedición. Hoy que es el Día de la Constitución se presta a tratar este tema. 

Primero: Ya expresé con claridad mi juicio moral acerca del supuesto derecho a la sedición dentro de un Estado. No existe tal derecho. No hace falta que los repita. Tampoco hace falta explicar las consecuencias de tipo moral que conlleva responder de un modo o de otro a la cuestión de la licitud o no de la declaración unilateral de independencia.

Segundo: Si un Estado reconociera en su ordenamiento jurídico la posibilidad de la independencia de parte de su territorio siguiendo una serie de condiciones legales, yo sostengo que tal ley es contraria al óptimo orden que marca la razón. Ahora bien, si la independencia de un territorio se produce de acuerdo a la ley del Estado, yo aceptaré ese hecho. Una cosa es el orden óptimo racional del cual el ordenamiento jurídico debería ser expresión; y otra es que los ciudadanos aceptamos la legislación existente incluso cuando esta no es perfecta expresión de la racionalidad.

Tercero: Pero lo que no tiene ningún sentido, jamás de los jamases, es eliminar el delito de sedición. Eso no entra en cabeza alguna. Se puede discutir si la legislación puede admitir que se dé un referéndum de independencia, que se sigan unos pasos establecidos (dentro de la ley) para proceder a la independencia, etc. Pero lo que no tiene sentido alguno es que deje de ser delito el que una autoridad del territorio del Estado, sea cual sea esa autoridad, no responda por sus actos contra la ley que organiza el ejercicio del poder dentro de la nación.

Eso, evidentemente, no tiene ninguna racionalidad, ninguna.

Esta es una decisión que puede llevar a graves desórdenes con graves consecuencias, después vienen los ayes. Los errores graves en las columnas del Derecho, con el paso del tiempo, suelen provocar entierros.

Se puede discutir civilizadamente si existe derecho a la independencia dentro de un sistema constitucional. Hay ciudadanos a favor de esa opción que son respetables y honorables. Se puede discutir. ¡Lo que no se puede discutir es si deja de estar penada la rebelión en el ejercicio del poder! ¿En qué cabeza cabe tal despropósito? Me pueden multar por quebrantar el Código de Circulación ¿y no me pueden sancionar por rebelarme ejerciendo la autoridad? Los fautores del proyecto de ley alegarán que sigue existiendo el delito de desórdenes públicos. Pero, señor mío, no es lo mismo el desorden público que la rebelión desde el ejercicio del poder. Entre otras cosas, porque la autoridad se puede cuidar muy mucho de quedarse siempre detrás de la línea penal que tipifica los desórdenes, por más que esa misma autoridad sea la verdadera causa por acción u omisión de esos desórdenes. En ese caso, ¿qué tendrá que hacer la autoridad superior central? ¿Mover la mano, repitiendo: “Qué malo eres”? ¿Mover la mano, amonestadoramente, mientras la policía autonómica se inhibe de actuar frente a los asaltos a las comisarías de la policía nacional, por poner un ejemplo?

Este vacío legal es campo abonado para la creación de disturbios en los que con toda facilidad habrá muertos. Es la ley la que mantiene el orden. El orden no crece en los árboles. Algunos creen que el orden es algo espontáneo y natural como la llegada de la primavera. ¡Nada de eso! ¡Es la ley! 

La ley son cadenas, las prisiones, las armas. La ley es la capacidad del poder para usar de la fuerza necesaria para mantener el orden. Y, por supuesto, para usar con toda licitud la fuerza necesaria; de lo contrario el precio final del orden será mucho mayor. Cuando no se aplica la fuerza necesaria, después restablecer el orden conlleva más sufrimiento, más lágrimas… más sangre.

¿Qué juicio moral me merece el presidente de una nación que toma decisiones que pueden llevar a profundos desórdenes con graves consecuencias, es decir, sangre derramada? Creo que ofenderé la inteligencia de mis lectores si tengo que decirlo. Que cada uno saque sus consecuencias.