Voy a hacer una crítica
del proyecto egipcio del que hablé ayer, y creedme que lo hago con pena porque
me gustan los proyectos urbanísticos ambiciosos. Además de que tengo un buen
concepto del actual gobernante de ese país; eso sí, reconociendo lo poco que
conozco de él, lo cual hace que mi juicio sea provisional.
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Primer
problema: el presupuesto
Todo gran proyecto debe
basarse en el realismo. Francamente, creo que la pobreza de la gente sencilla
del país reclamaba un gasto más reducido. Un gasto así plantea una lógica
reprobación ética. Y no solo es la cuestión ética, sino también la financiera: considero
que es un presupuesto insostenible en sí mismo.
Hubiera sido preferible
empezar con algo diez veces más modesto y que fuera creciendo paulatinamente.
Un presupuesto que hubiera sido de mil millones de euros anuales no habría sido
poca cosa, y aun así habría seguido siendo muy grande; pero ese sí que habría sido
perfectamente asumible para las arcas del Estado.
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Segundo
problema: la amplitud
Considero que el proyecto
norteafricano ha caído en el mismo error que Brasilia: un exceso de espacios
libres que convierte a la capital en un panorama de dispersión, una sucesión de
edificios aislados. Carece de aspecto unitario, orgánico.
La nueva ciudad ya, desde
el principio, parece no tener alma. No es un espacio constructivo que genere
una unidad natural. Se trata de un urbanismo sin corazón. Manhattan sí que
consiguió eso. Washington D.C., no. Las polis griegas, sí; las urbanizaciones (suburbs)
de Estados Unidos, no. Londres tiene varios centros que dotan de alma a la
ciudad; Los Ángeles nunca ha logrado eso mismo y ha quedado como una mera y
aburrida acumulación de barrios residenciales. Umberto Eco decía de ella que
cuando estabas en esa ciudad, tenías la sensación de que todavía no habías
llegado y te seguías moviendo para llegar.
Quebec, Boston, han
logrado ser ciudades armónicas que han generado belleza en sus calles. Otras
ciudades de esos mismos dos países mencionados y siendo tan modernas como Quebec
y Boston no han logrado generar calles bellas, ni que sus ciudadanos se sientan
parte de esas ciudades, se consideran meros moradores.
Tercer problema: la estética
Hubiera sido deseable un
proyecto que estuviera más enraizado en la tradición estética egipcia. La nueva
capital carece de sabor patrio en un país que precisamente se caracteriza por
haber tenido una estética propia como pocas en la historia.
Además, los edificios de
la nueva capital son de una estética muy ordinaria. La acumulación de edificios
ordinarios no convierte a la suma en extraordinaria.
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Cuarto
problema: algunos detalles
Este era un proyecto que
pedía a gritos una concepción que convirtiera a la ciudad en algo esencialmente
peatonal; o que se concibieran los edificios para resguardar del sol de algún
modo imaginativo. No sé, tal vez calles peatonales estrechas que estuvieran a
la sombra (como tantas en el norte de África y el sur de España), o lonas
cubriendo los espacios superiores entre esas calles (como se hace en varias
calles de Madrid en verano)… No sé, cualquier cosa, algo nuevo, imaginativo. Lo
que no me esperaba era trasplantar una arquitectura foránea a ese clima sin más,
como si el mismo edificio pueda estar en Francia o en el desierto.
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Unas
últimas consideraciones
En mi proyecto personal
de Monclovia, me di cuenta de que más grande no significa mejor. Los
grandes edificios de mi proyecto tenían diez pisos de altura, como máximo el
edificio del congreso podría tener quince pisos de altura, pero ni esa altura
la vi del todo clara. La genialidad de un edificio no radica en el tamaño, sino
en las proporciones, en sus líneas y volúmenes.
Hay edificios que tienen
que ser grandes por su propia naturaleza. Pero hay otros edificios que se han
sobredimensionado sin ninguna necesidad. Las capitales escandinavas son
estupendos ejemplos de urbanismo óptimo. Las cosas grandes generan problemas grandes.