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sábado, febrero 18, 2023

También Dios tiene sentido del humor al permitir sobre este mundo ciertas coincidencias

 

Leí la autobiografía de Benjamin Franklin porque siempre aparecía en la lista de las mejores obras en su género. Nada, un fiasco total. Además de que acaba su relato antes de la guerra de independencia, con lo cual ni siquiera tenemos su versión de los hechos, ni siquiera de los años previos.

Ocurrió un hecho en mitad de este libro que sé que muchos no lo vais a creer, pero fue así. El libro en realidad no lo leí, sino que lo escuché mientras fregaba y hacia labores en la casa. Pues bien, un gran estudioso norteamericano me había hablado de las disquisiciones filosóficas de la obra del Marqués de Sade. Aconsejándome que valía mucho la pena que yo las leyera para ciertos temas que tocaba en mis obras.

Había descargado el documento y había trasladado el texto a un archivo Word y comencé a leer esas disquisiciones. Pero eso fue hace un año o dos. La lectura quedó interrumpida.

Cuando voy leyendo un texto en Word, corto y pego en un programa. Y así voy cortando y pegando, para no tener que buscar el lugar donde me quedé. De manera que el comienzo del archivo Word es siempre la parte donde me he quedado.

El problema era que el título del archivo Word de la vida de Franklin era Paris era una fiesta de Hemingway. Pues bien, sin sospecharlo para nada, me equivoqué de título de archivo y fui al Word que guardaba la parte de la obra del Marqué de Sade, que tenía un título totalmente distinto, el de lectura de una obra previa. En el archivo Word no había ni título ni autor, porque suelo leer una obra hasta acabarla, aunque aquella la había abandonado y no lo recordaba.

Lo gracioso es que me pongo a lavar los platos y comienzo a escuchar una narración del Marqués de Sade creyendo que era Franklin narrando su propia vida. ¡Os lo podéis imaginar! Yo fregaba los platos atónito. Y tardé varios minutos de estupor en darme cuenta.

Además, es que ocurrió una casualidad de esas que hacen pensar que Dios tiene su sentido del humor al permitir esas coincidencias. La última parte que estaba leyendo de Franklin era cuando él estaba hospedado en Londres. Y justo lo postrero que había leído era que habló con una mujer que había sido monja, pero que no había sido admitida como novicia y decidió vivir como eremita en el desván de esa casa, donde se alojaba el joven Franklin.

Habían pasado diez días desde que leí la última parte de la autobiografía de Benjamín, y al escuchar que la obra (de Sade) hablaba del convento, creí que era Benjamín que escribía lo que le había referido aquella mujer eremita.

Al principio pensé que todo era propaganda anticatólica de Benjamín. Pero poco a poco, nada empezaba a cuadrar. ¿Cómo podía la pluma de Benjamín mancillarse con esos asuntos? Yo proseguía fregando platos y apilándolos, mientras pensaba: “Estos protestantes de esa época aceptaban cualquier leyenda negra”. Pero llegó un punto que ni Benjamín ni nadie hubiera puesto esas cosas sobre un papel, allí fue cuando me percaté de que había ocurrido una equivocación. Después de cortar el audio, me di cuenta y me pareció la casualidad más graciosa que me había pasado en los últimos años. 

Me equivoqué de archivo, pero es que la última parte de una obra encajaba con la otra. ¡Madre mía! Todo fue tal como os lo cuento, os lo aseguro.