No voy a hacer un
recuento de las acciones de China en los últimos meses. La del nuevo ministro
de asuntos exteriores del gigante asiático es de ayer. Lo que está claro es que
el camino hacia un futuro enfrentamiento total con China (a largo plazo) sigue
avanzando paso a paso, como si se tratara de una agenda diabólica que hay que
cumplir y cuya única duda es la velocidad, pero no el destino final al que nos
lleva el tren de la historia.
Lo que veo claro en ese
sendero hacia un futuro Vietnam; hacia un futuro conflicto como el ucraniano,
pero en Asia; es que Europa y otras regiones del planeta experimentarán una creciente
sinificación.
Ni la industria ni el
comercio podrán ser competitivos si no se van adaptando a un esquema más
inhumano en la búsqueda de una mayor competitividad. No solo ya es tarde para
la búsqueda de soluciones nacionales o continentales; sino que, además, la
misma vida política de las democracias tenderá a crear nuevos Putines, Erdoganes,
Dutertes y Bukeles.
Estoy seguro de que hace
unas décadas hemos alcanzado el mayor nivel de libertad en nuestras democracias
y que los próximos diez años verán un lento ocaso de los derechos individuales.
China no es el único
problema del planeta, pero sí que es el gran problema ahora mismo. El único
inmenso poder que ahora mismo, en este mismo momento, sigue trabajando a favor
de una estrategia de hegemonía mundial. Lo cual no sería ningún problema si no
se tratara de la distopía más futurista; es decir, la mejor planteada desde un
punto de vista político y tecnológico.
Solo los servicios de
inteligencia, no los políticos, saben hasta qué punto el jugador asiático no ha
dejado de ganar terreno en el tablero; ellos y las empresas. Las empresas hace
más de un decenio que se dieron cuenta de que no era una cuestión de innovación
ni de productividad, que el marco que se estaba creando era toda una estrategia
nacional, lenta, pero inexorable contra la que no se podría luchar. Pero las
grandes empresas fueron realistas: no cabe esperar ninguna reacción de los
políticos. Y menos cuando la reacción tenía que ser global.
Ahora solo cabe esperar
que lo que está escrito suceda, que el designio se cumpla. Solo constato que la
agenda se sigue cumpliendo. Eso sí, nos quedan muchos años por delante. El punto
de ruptura no se puede esperar en cuestión de tres o cuatro años. Pekín no
tiene prisa.