En mi vida, por razones
laborales, he presidido cientos de funerales. Me llama la atención que algunas
mujeres jóvenes, incluso situadas en el primer banco de los familiares, van
vestidas de un modo completamente inadecuado para el acto al que asisten. Un funeral
tiene sus propias reglas protocolarias.
En la época de mis
abuelos, el día del funeral se vestía luto riguroso. Menos la camisa, todas las
prendas, sin excepción, eran negras.
En las esposas e hijas el
periodo de luto riguroso era más largo que en los hombres. En la esposa, solía
ser de un año. Si la familia no era de muchos recursos, la esposa teñía sus
prendas de negro. Durante el luto riguroso no se podía asistir a ciertos actos
sociales: baile del pueblo, bodas, teatro, fiestas patronales.
Los hombres, a veces, se
cosían un brazalete negro en la manga del abrigo o de la americana. Otros, a
veces, se colocaban un galón negro colgando en la solapa.
En las mujeres, el tiempo de luto riguroso (que dependía del grado de parentesco) daba paso al tiempo de
medio luto. En ese tiempo, se podían llevar prendas negras con otras blancas o
grises, también moradas y lilas; colores estos últimos penitenciales. De niño,
en Barbastro, veía a mujeres que vestían durante algún tiempo un hábito de
estos colores para pedir una gracia del cielo. En la España católica estas
cosas eran tan normales.
Todo este sentir público que motivaba una vestimenta especial a causa de la ausencia de un ser querido, llama la atención por contraste con forma de
vestir, actualmente, de algunas personas jóvenes en un funeral.