Por favor, si algún amigo
de monjes está leyendo este post, que hable con el monje-jardinero (del monasterio
que sea) y le dé ideas. Ya estoy harto de ver, en los claustros, horribles setos
salpicados de rosales sin gracia ni concierto.
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Me llama la atención la
terquedad de los políticos de todos los países para no aceptar la realidad. El
caso del traslado de la sede central de una empresa inmensa como Ferrovial a un
país con menos impuestos, Bélgica, es solo un caso que ha saltado a la prensa
por su magnitud, pero esto es algo que sucede de forma continua desde hace
muchos años. Esa terquedad en no aceptar la realidad la vemos en otros muchos
más casos, como los impuestos a las grandes fortunas y un largo etcétera de
ejemplos.
Cada decisión tomada
basándose en palabrería barata tiene sus consecuencias sobre los pobres de una
nación, perjuicios sobre la riqueza de todos sus ciudadanos. Las malas
decisiones se acumulan legislatura tras legislatura. Repito, este no es un mal
de mi país, sino de la mayoría de las naciones.
Lo llamativo es esa
tozudez para embestir la realidad, esa capacidad inagotable para no aceptar los
hechos.
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La cita de cine de hoy: Un
malo moribundo siempre traiciona a sus amigos antes de morir. Sus últimas
palabras son para decirle al bueno dónde está la guarida de turno, la entrega
de la mercancía o quién mató a Joe.