Mi inestimable corrector
argentino me ha enviado correcciones de mi novela titulado Libro IX. Al enmendar los textos, me encontré, con gran sorpresa,
este párrafo escrito en las cercanías del año 2000:
En su casa,
Abel no tenía ni un solo libro. No hacía falta. Si deseaba leer alguna página
de alguna obra sólo tenía que tomar su mando a distancia y desde el menú de su
pantalla buscar el título en cuestión en ese menú. No sólo libros, periódicos y
revistas, cualquier cuadro, paisaje o grabado, podía verse con sólo mover el
cursor por la pantalla e ir eligiendo posibilidades entre la variedad infinita
de inacabables opciones. No había necesidad de ningún libro. Todas las
bibliotecas del mundo estaban a la distancia de un simple golpe de cursor.
Tiene gracia porque, en
el año en que eso escribí, aquello era ciencia-ficción; y ahora es nuestra realidad.
Claro, he tenido que suprimir esas líneas.
Vagamente recuerdo que en
Cyclus Apocalypticus mencionaba que
el emperador escuchaba música que estaba online, en un servidor. Eso también
era pura ciencia-ficción antes del año 2000, que fue cuando escribí la novela.
Si encuentro ese pasaje, tendré que borrar la explicación.
El futuro ya está aquí, y
lo llamamos “presente”. El futuro nos ha alcanzado, a los míos, a los
cincuentones. La geopolítica que imaginamos hace 35 años no tiene nada que ver
con la realidad actual. El ordenador en casa, impensable. Las televisiones
inmensas, planas, no se me ocurrió; tampoco a los directores de cine. Eso sí,
las lavadoras, externamente, no parecen haber evolucionado demasiado. Las cafeteras
sí. Las casas de Estados Unidos tenían trituradora, no tengo ni idea para qué.