En mi trabajo, siempre
visto con clériman (en el hospital) o con sotana (cuando estoy en el interior
de una iglesia). Dígase lo mismo en mis relaciones sociales, me gusta vestir la
sotana: me parece una prenda muy digna con un gran significado espiritual. Ya son
muchos años y me siento muy a gusto con ella. En mi caso nunca ha sido una
muestra de tradicionalismo.
Ahora bien, cuando salgo
a pasear con un amigo o voy al supermercado o cosas similares, me gusta pasar
desapercibido y siempre visto con un chándal gris. No me gusta que me señalen y digan: “Mira, el
cura de los demonios”.
Siempre voy con el típico
chándal de supermercado, completamente gris sin más añadidos. Me gusta que no tenga marca ni dibujos, solo de color gris. Hace más de
veinte años que compré ese tipo de chándal y no he cambiado ni de forma ni de
color: una fidelidad admirable. El primero que compré y con el mismo modelo sigo.
Y la razón es que si no
me vistiera con ese chándal, no sabría qué ponerme. Soy un individuo que si me
sacas la sotana, todo me da lo mismo, todo me parece igual. La ropa no ejerce
sobre mí ninguna atracción. No importa su precio, yo con el chándal me siento cómodo y vestido de forma digna.
Además, esas camisas de algondón o esos pantalones los sigo usando hasta que literalmente ya no dan más de sí. Y es que alguien puede pensar que una camisa es eterna, pero sigue encogiendo con los años. Muy poco, pero os aseguro que el proceso de hacerse más pequeña la ropa no se acaba.
Además, la ropa acaba raída. Es decir, acaban
formándose pequeños agujeros porque la tela se va volviendo más fina. Cuando
está raída es el momento de usar esa camisa para limpiar los cristales de mi
coche. Esa siempre ha sido la segunda vida para mis camisas.
En verano, eso sí, lo
mejor para cubrirme la cabeza es un sombrero de paja; aunque tengo un panamá
regalado. Si hace frío, me pongo sobre mi chándal un anorak que me regaló mi
madre.
En cuestión de ropa,
hasta que me ordené, siempre me puse lo que compraba mi madre. La cual, como ya me
conocía, ni me pedía opinión; pero es que era verdad que yo no tenía opinión.
Siempre me ha sorprendido
lo importante que es la ropa para tantas personas: es como un modo de expresar
su propio yo. Mientras que, en mi caso, sin sotana, me siento a gusto de esta manera.
Es como si no tuviera nada que expresar, nada que decir de mí mismo.