Hoy, hablando con un amigo, surgió la cuestión de qué
esperaba de la vida. Pues bien, de la vida solo espero una cosa: Dios.
No espero a Dios solo después de esta vida. Ya, en esta
vida, lo único que espero de la vida, es a Dios.
He escrito en mi blog muchas pequeñas cosas sobre
vestiduras clericales, sopas, bulas y un sinfín de petites choses. Pero lo
que, realmente, muestra lo que hay en el centro de mi alma es mi trilogía sobre
Dios. Los satélites son, yo diría, necesarios. Pero me esfuerzo para que, en mi
existencia, haya un orden, digamos, escolástico.
51 años de vida. En mi caso, os lo aseguro, hay una
percepción muy nítida del paso del tiempo. Y, es curioso, nunca he sentido que
el tiempo pasase rápido. Al revés, os aseguro que tengo una percepción de que
mi tiempo pasa lento. Me da la sensación hasta de haber vivido varias vidas en una
sola existencia. Me parece tan distinto el sacerdote que era yo en mi primera
parroquia del que lo fue en la segunda, del que lo fue en 2010 del que soy
nueve años después.
Creo que he vivido el paso del tiempo como una
realidad con entidad propia. El tiempo como un paisaje para recorrer, como una
región que había que explorar. Quizá la percepción del tiempo como un bien tan
precioso que se escapa entre mis manos me ha llevado fijar tanto mis ojos en
él. Tal vez por eso he sentido tan poco deseo de viajar. El verdadero viaje es
a través del tiempo.