Una pregunta al P. Fortea: ¿Alguna vez
en la Iglesia imperó la confusión y se tuvo tanta tolerancia a la herejía como
hoy?
Porque se condena con firmeza la
pedofilia, la contaminación ambiental y demás cosas que, aunque deben ser
tenidas en cuenta y condenadas, no son nada comparadas a la herejía y la
heterodoxia, porque estas últimas ponen en riesgo la salvación eterna de
millones de personas.
Me parece que la respuesta es
"no", pero quisiera saber su opinión.
Si bien antes de toleraron un montón de cosas
execrables, no creo que la herejía haya tenido el lugar que tiene hoy.
Se que a Honorio I se lo declaró hereje
después de muerto, pero creo que, ni siquiera él, dio tanta permisividad a las
divergencias en cuestiones doctrinales fundamentales como hoy.
Ojalá pueda iluminarnos sobre esto.
¡Un saludo!
Estimado lector: La pregunta que has planteado es muy interesante.
Con lo que voy a decir, no pretenderé zanjar la cuestión, pues es un tema
sujeto a discusión.
¿En qué sintetizaría mi opinión antes de ir a los
detalles y al análisis de los datos históricos? La sociedad de la Edad Media es
como un joven de 18 años que no vive la pureza y que abusa del alcohol, pero que
sigue yendo a misa los domingos y que mantiene su fe. La sociedad de nuestra
época se compara a un hombre maduro, más reposado, incluso más razonable, con
costumbres más sanas, pero que ha perdido la fe.
En esta afirmación se sintetiza lo que pienso. Partiendo
del hecho de que estoy de acuerdo de que nuestra generación de católicos está
viviendo un hecho cualitativamente diferencial, de que una parte no
despreciable de los cristianos practicantes ha sucumbido a principios incompatibles
con la fe recibida; partiendo de ese hecho global, sí que podemos observar que el
error teológico, en siglos pasados, se extendió más de lo que creen algunos.
Cierto que la fe, al final, se irguió como un monolito
alrededor del cual se movían las malas costumbres, pero que esas ranas y
culebras no llegaban a arañar la piedra, cierto. Pero en un número nada
despreciable de eclesiásticos sí que quedaron contaminados por el error en
siglos pasados. En eso hay que distinguir entre el resultado final (el monolito)
y la cantidad de enfermos alrededor de ese monolito.
Veamos hasta dónde llegó la enfermedad. Desde luego,
más de la mitad de los obispos franceses eran galicanos en el siglo XVI y XVII.
En lo peor del periodo del Ancient Regime, pudieron llegar a ser tres
cuartas partes. Esa época la conocí bien cuando escribí mi libro Obispo
reinante. Una Iglesia muy grande la de ese reino, pero enferma: grande y
enferma.
Otro dato para reflexionar, en esa época y en otras de
la Edad Media, muchos clérigos que no vivieron la castidad no sintieron que hubiera
sido mejor que hubiera regido una distinta la ley moral. Simplemente se
consideraba que esas leyes morales tan santas, tan nobles, en la práctica, no
se aplicaban a una época en más relajada, menos heroica. Cierto que no se cambió
la ley, pero la mala costumbre estaba tan generalizada que no se consideraba
que fuera necesario hacer cambios en la “lista de ideales”.
Cuando alguien me dice que lo de ahora nunca se ha
visto, tiene razón (es un hecho peculiar nuestra situación), pero hay que recordar
que un san Agustín ejerció como obispo en una ciudad dividida entre católicos y
donatistas con sus propias iglesias y clero. Cuando escribí La catedral de
san Agustín descubrí hasta qué punto la vida de ese obispo y de los obispos
de toda esa zona africana fue un suplicio. No había noche en la que no
existiese el peligro para un obispo de que su catedral pudiese arder.
También la Hispania goda estuvo dividida entre una
élite arriana y una población católica durante casi dos siglos. Los obispos para
reunirse en concilio no podían hacerlo sin recibir el permiso del rey arriano.
Cierto que ahora hay un peligro real de que parte de
las diócesis alemanas caigan en un cisma, pero las controversias teológicas
llevaron a que en el siglo V Egipto se pasara al monofisismo y rompiera la
comunión. ¿No es esto una situación bastante parecida?
Y si observamos los conflictos internos del Concilio
de Éfeso, veremos que a una herejía extendida (entre el clero) se unió un enfrentamiento
personal entre obispos tan lamentable que ahora ya no se ven cosas así. Pero ese
concilio no fue una excepción, si escucháis mis sermones (están en Ivoox) sobre
san Cirilo de Jerusalén, san Atanasio y san Gregorio de Nisa, veréis tres
épocas distintas y tres tormentas acerca de la fe. Pero tres tormentas en las
que a la disputa teológica se une la más lamentable relación personal. ¿Es esta
una época de tranquilidad acerca de la fe? Indudablemente, no. Fue un largo
periodo de divisiones y enfrentamientos.
Nuestra época no ha visto nada nuevo frente a las
turbulencias del pasado. Lo peculiar, lo que no había sucedido, es esta
situación de preapostasía generalizada de toda la sociedad.
El lector se preguntaba acerca de la pasividad de
ciertos obispos ante los ataques a la fe por parte de algunos sacerdotes. Tiene
toda la razón: ¡la fe debe ser defendida! Las omisiones, en esta materia, son
pecados graves. El obispo debe vigilar para que ninguno de sus pastores siembre
la semilla del error herético.
¿Antes se pecaba, pero la fe se mantenía incólume? Las malas costumbres siempre han tenido repercusión sobre la salvaguarda del tesoro de la fe.
¿En qué resumiría todo lo dicho?: Por estas tormentas ya ha pasado la Iglesia. Pero, ciertamente, estamos al borde del cisma y la apostasía.